EPISODIO 55
Hasta aquí la primera parte de este cuento, unas 200 páginas; todavía quedan 600. ¿Serás capaz de leerlas? Porque aún no ha sucedido nada.
Lo que viene ahora se puede reducir en este índice:
- 3 -
PASSACAGLIA E FUGA
El tiempo de la tonta juventud
La Tierra gira y gira
Carina
En la isla
El Cacho Madera se ennovia
La negra trabajando
Se muere Alison
Aventuras y divagaciones de un cetáceo odontoceto
La negra aterriza en el primer mundo
Muchísimo amor
Primeros pasos en los USA
Accidente
Segundo viaje a África
Yo soy una foca que está en una placa de hielo
Yo me llamo Cacho Madera
- 4 -
RONDEAU
La negra a los veinte años
Un cachalote funda su manada
Muerte del tío Aldy
La oceanauta
Yo me llamo Sandi Estilográfica
Conexión
Los treinta años
Vacaciones
- 3 -
PASACAGLIA E FUGA
El tiempo de la tonta juventud
La tierra gira y gira
Carina
En la isla
El Cacho Madera se ennovia
La negra trabajando
Se muere Alison
Aventuras y divagaciones de un cetáceo odontoceto
La negra aterriza en el primer mundo
Muchísimo amor
Primeros pasos en los USA
Accidente
Segundo viaje a África
Yo soy una foca que está en una placa de hielo
Yo me llamo Cacho Madera
EL TIEMPO DE LA TONTA JUVENTUD
Una tarde llegué a casa y encontré una fiesta que había organizado el Cacho, una fiesta de politoxicómanos. No eran muchos, seis o siete, y cuando entré andaban medio caídos por el suelo y muertos de risa. Había botellas y una humareda como si se hubiera quemado la cocina. Una chavala, que era una cría y ni siquiera estaba especialmente buena, hizo una especie de streap-tease de lo más torpe y se quedó medio desnuda, todo esto con música y jaleada por el Cacho, Chiqui y otro. La música que ponían era horrible y no pegaba nada, pero bueno, y a la chavala se le había puesto una cara de boba descomunal, casi se le caía la baba. Cuando acabó de quitarse ropa más de uno la imitó, porque ya se sabe que las pastillas te dejan alelado, al día siguiente ni te acuerdas de lo que ha ocurrido, y luego comenzó a desaparecer gente por el pasillo.
El Cacho Madera llevaba una vida cada vez más rara con sus amigos de siempre, Marquitos Querevés el gigante, Chiqui Sinatra, Emilio el míster y otros nuevos a los que no había visto nunca, como aquel moreno que le decían el capo, el capo gitanieri. Moreno era, desde luego, y de pelo rizado. Cuando aparecía por casa se asomaba a mi cuarto y, con voz de serpiente, decía,
―¡Eh, hermano!, di algo en pichinglis ―y se reía con una risa seca, como de tísico; claro, como era mayor…
Los antiguos no creo, pero los nuevos estaba claro que iban con él por el dinero. El capo gitanieri, sin ir más lejos, no tenía ninguna pinta de irse a casar con nadie…, pero me voy a callar porque me parece que me estoy poniendo muy moralista; todo esto me suena muy sospechosamente.
El Cacho Madera, con todo el dinero que tenía, se metió ―o le metieron, vaya usted a saber, ya que no conviene echar la culpa a nadie de nada; aquí todos somos dueños de nuestros actos― en una historia de un atraco, o de varios atracos, aunque yo sólo me enteré de uno. Yo casi nunca le veía, porque aunque vivíamos juntos, en la misma casa, en la de siempre, no se podría decir que lo hiciéramos a las mismas horas. Una noche llegó como a las dos, alterado sería decir poco, blanco como el papel y sangrando por una mano. Entró en el baño y estuvo una hora en la bañera, y luego salió con la mano vendada y cara de tener cuarenta años ―cuando sólo tenía veinticinco―, cara de cansado y de no haber dormido en varios días. Seguro que había dormido normalmente, pero es que esto de la química desfigura a cualquiera, y el Cacho Madera parecía químico, sobre todo por la cantidad de sustancias diferentes que manejaba. Cuando Claudia iba por allí no la dejaba entrar más que en el salón, y eso si avisaba antes, si no ni le abría la puerta, aunque esto, en realidad, sólo sucedió al principio, porque con el tiempo, viendo cómo se iba embrollando la situación, dejó de ir, lo que no me extrañó. Era yo el que tenía que haberme ido, y al final me fui.
Lo que me echó definitivamente fue que un día entré en el baño y pillé al capo gitanieri, que para mi gusto andaba demasiado por allí, meando en el lavabo. ¿Ustedes creen que se cortó? Ni mucho menos. Me decía, mira, hermano, mira cómo me la sacudo… Bueno, la verdad es que un poco cortado sí se quedó, aunque disimuló, y después de eso me dije que estaba allí de más. Si el Cacho quería convivir con aquella gente, que lo hiciera. Tampoco es que yo fuera muy fino, pero hay circunstancias que te deciden a dar los pasos que vas dando.
Me busqué un apartamento en mitad de la ciudad, un apartamento de los que tienen la cocina metida en un armario y al lado un cuarto con una cama grandísima; a mí la cama no me servía de mucho, pero entraba en el lote. Total, para lo que hacía, suficiente, y en casa ya no pintaba nada. Aquella casa estaba muerta, muerta desde que se murieron los jefes. Claudia se fue cuando se casó, como hace todo el mundo, pero los demás, el Cacho y yo, los que quedábamos después del naufragio, seguíamos allí. Yo creo que ninguno sabía por qué, aunque supongo que sería por inercia. Los dos teníamos una inclinación natural a la rutina, que también debía de ser cosa de familia.
Lo del atraco, por lo que me pude enterar, fue a un supermercado de lujo, una de esas tiendas de delicadezas. Me pregunto yo para qué querría el Cacho más dinero, aunque probablemente no lo hiciera por ello sino por el bien de la comunidad o su característica ansia de emociones fuertes, pero el caso fue que hubo problemas en el reparto, y uno de ellos debió de verse tan mal tratado ―seguro que no le dieron lo pactado― que denunció a los demás, se fue a un amigo poli que tenía y lo contó todo, lo que tampoco fue raro porque era un yonqui. El Cacho casi siempre se distinguió por no saber buscarse los amigos, aunque para algo le sirvió. Aquello le hizo despertar, yo creo, porque llevaba unos años durmiendo y el acontecimiento al que me refiero le obligó a espabilar. A mí no me gusta referirme a estas cuestiones, pero lo cuento porque forma parte de la historia.
En aquella aventura del atraco al supermercado intervino hasta la policía. Una tarde estaba en casa, solo, y llamaron a la puerta. En el rellano había un par de malencarados personajes que inmediatamente supe quiénes eran. Preguntaron por el Cacho, aunque por la cara que pusieron creían que era yo y me hicieron sacar hasta el carnet, y me dejaron un papel en el que se le reclamaba en un juzgado por hechos acaecidos tiempo antes. Tampoco decía mucho, y cuando él lo vio agarró el teléfono y estuvo una hora de conferencia. No llames desde aquí, le dije, te van a grabar todo, y a continuación cogí la puerta y me fui; prefería no enterarme de más.
Para empezar, le tuvieron tres días en comisaría, de donde le sacó el tío Aldy, como de costumbre.
―Ese es un mierda, y en cuanto acabe todo esto me lo cargo.