Cuando los extraterrestres sacan a la negra del fondo del mar

(Este es un trozo del texto que sucede cuando la narración está bastante avanzada. A ellos, a los ETs, no se les ve, por supuesto, porque estos seres, en las novelas serias y creíbles, son invisibles por definición ¡Pues vaya extraterrestres iban a ser estos si los pudiéramos ver!, pero sí podemos observar los efectos que producen sus manejos.)


De improviso el módulo tres brincó con terrible rechinar, brincó como un caballo enfurecido al despegarse del fondo en donde durante tantos años había estado asentado, y yo me caí al suelo, me caí al suelo del susto, y la banqueta, que estaba detrás de mí, se volcó produciendo un inesperado estruendo; yo me encontré sentada en el suelo y helada por el espanto… Miré a mi alrededor, y de nuevo fui zarandeada como en una barraca de feria. Intenté ponerme en pie todo lo velozmente que mis piernas me permitieran, pero no lo conseguí; fue un movimiento fugaz, una idea pasajera, pero no me sirvió de nada porque volví a caer. El módulo tres pegó otro brinco, aquella vez se levantó un metro, por lo menos, y mientras lo hacía yo me sentí atada al piso e incapaz de moverme. Luego se quedó quieto, y por la ventana vi cómo la turbia agua se separaba del cristal y se alejaba. No fue mucho, pero el barrizal se alejó como si el recipiente que me contenía estuviera siendo envuelto en una gran burbuja de aire. Todo el módulo tres, pareciendo desarmarse en sus componentes, crujió con horrible ruido, y yo, estupefacta, conseguí enderezarme.

―¿Qué va a suceder ahora? ―pude preguntarme.

Por la ventana observé que el agua se alejaba aún más… ¿Significaba aquello que la burbuja que de repente había hecho aparición se estaba inflando? Sí, probablemente era eso, y los remolinos que había en el barro, misteriosa y lentamente comenzaron a desplazarse hacia abajo. ¿Quería aquel nuevo fenómeno decir que me movía hacia arriba…? Sí, eso era lo que sucedía. El módulo tres, merced a desconocidas fuerzas, había comenzado a alejarse del centro de la Tierra; en los pies y las manos lo notaba.

Al principio la aceleración fue muy suave, casi imperceptible, pero en seguida la cortina de barro que enturbiaba la ventana desapareció, dando paso a una masa oscura y agitada. En un primer momento no la reconocí, aunque de inmediato me dije, ¿es esto el agua del mar…? No cabía duda. Era la oscurísima agua de las profundidades iluminada por los focos delanteros de mi autobús. De pronto todo había desaparecido. La llanura de barro iluminada por mis reflectores había sido tragada por el abismo, y una gran pared de agua turbulenta, que se hinchaba y deshinchaba, centelleaba resplandeciente al otro lado del cristal. Los sacofaríngidos, ¿dónde estaban…? Me acerqué hasta el cristal en medio del más absoluto silencio y noté que un violento hormigueo ascendía por la columna vertebral y me llegaba hasta la raíz de los pelos. La coleta se me puso tensa como cuando era pequeña, y sentí que las más extremas falanges de los dedos se entumecían y electrizaban…

Sin poder apartar la vista del cristal agité manos y pies al mismo tiempo de percibir cómo un ligero zumbido comenzaba a producirse allá atrás. El sonido no parecía provenir de ningún lado, siseaba y siseaba y lo comprendía todo. Poco a poco fue bajando su tono, y desde la más inaudible de las frecuencias agudas se convirtió en un soplido continuo y luego en un apagado rumor propio de una multitud lejana y entusiasmada… Las multitudes humanas que dan muestras de aprobación suelen estar en la superficie, y por eso se las oía tan lejos… ¿Eran los aplausos de las personas de los cinco continentes, o los de todos los seres vivos que habitan el universo…?

Estaba pensando aquello tan complicado, cuando, por la superficie de la burbuja, que era iluminada por mis faros eléctricos, comenzaron a asomar cabezas de peces que me contemplaban asombrados. Aparecían y desaparecían en medio del tumulto. Arrojaban burbujas de colores y boqueaban. Me hacían guiños y muecas y se desgañitaban intentando darse a conocer, aunque no les daba tiempo. Antes de que pudieran decirme nada habían desaparecido, reemplazados por seres aún más complicados. A algunos sólo les vi la cola y a otros las aletas, y ellos, por su parte, debieron de quedarse igualmente sorprendidos.

―¿En qué consiste este fantástico y rapidísimo fenómeno que nunca antes de ahora vimos?

Ellos sacaban y metían la cabeza en mi burbuja mientras más allá hervía furiosamente la pared de agua efervescente y movediza, la tumultuosa superficie plagada de figuras de vivaz movimiento. Yo me agarraba con las dos manos al mueble, porque era difícil conservar el equilibrio, y les hacía señas.

―Besugo de anchos labios, dime si en el libro de los peces se habla de este día…

El ruido aumentaba. Ahora era un tronar continuo, y a uno le dije, aunque se lo tuve que gritar para hacerme oír entre el estruendo,

―¡Celacanto de espinosa cabeza de fantasma, tú ya eres muy viejo! ¿A que nunca viste un milagro de cerca? Hoy para ti no ha sido un día en balde, y todo esto lo podrás narrar a tus descendientes. ¡Yo vi pasar al legendario módulo tres, aquel del que tanto se habló, a toda velocidad en dirección a las estrellas; fue una subida meteórica…! Es una buena historia para contar a los nietecitos, no me digas que no.

El torbellino que se divisaba detrás del cristal aceleró y el ruido se volvió insoportable. Miles de sierras mecánicas cortaban el agua y esta desaparecía hacia abajo como si fuera engullida por un colosal sifón. Yo estaba en el centro de todo ello, pero a salvo dentro de mi burbuja. Los peces pasaban ahora desordenadamente, pasaban tan fugazmente que no acertaba a verlos, y tampoco pude hablarles, sólo agarrarme al borde de la consola e hipnotizada clavar la mirada en el reperpero, la riada de agua salada con aspecto de ciclón, encomendarme a la multitud de espíritus y aguantar a pie firme y sin distraerme.

Los párpados se me subían hasta la frente y esta se arrugaba. La boca se me torcía en mil muecas, pero daba igual. Mis huesos se habían vuelto elásticos y podía retorcerme de una y mil formas, y hasta los cabellos ondeaban sin motivo en un lugar carente de viento, pero a pesar de todo aquella vez no me acordé de Poseidón, aquella vez no temí verle. Poseidón era incapaz de poner en marcha el fenómeno que me envolvía. Él era poderoso, sí, pero no tanto. No tenía millones de sierras mecánicas que cortaran las infinitas paredes del agua marina sino tan sólo a los peces martillo y a los peces sierra, [...]

----------------------

y etc., etc., etc., porque esto continúa durante un buen rato y se producen toda clase de fenómenos, la mayoría imprevisibles.


Comentarios