Yo me llamo Cacho Madera

 Este es otro de los personajes del libro, que divaga y divaga... Está en la cama de un hospital, y, claro es, tiene alucinaciones y todo eso...

(Estos trozos del texto que traigo a estas páginas no tienen un orden cronológico; son muestras sin más de lo aquí se cuenta, que es largo y variado.)

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Desde el control me dijeron que me fuera despidiendo, entró la monja y me dijo que me fuera despidiendo, debió de escapársele. Esta monja es muy grande y desconsiderada, aunque yo lo prefiero. El otro día el médico le echó una bronca de padre y muy señor mío…

Yo no sé cómo es esto de la técnica. A veces creemos que puede hacerlo todo… Sin embargo, yo aquí y las estrellas, sí, yo aquí y las estrellas, y si me descuido, sólo un descuido, vendrán hasta los de Recursos Humanos, los Asistentes Sociales o comoquiera que se los conozca ahora. Esos también hacen pajas, pero unas pajas muy raras; yo prefiero las normales.

Ahora veo la superficie del mar, la veo en ocasiones y cuando menos lo espero. De repente allí aparece la azul superficie del mar plagada de bichos saltarines que croan como ranas y circulan ante mi punto de vista; deben de ser delfines. Una vez vi a un oso blanco paseando nerviosamente por la orilla de un mar glacial, un salmón se comía a un arenque, una foca se comía al salmón y luego el oso se comía a la foca… Después no sé qué sucedió porque entró la monja y me despertó: ¡su inyección! Entonces yo puse el culo, como de costumbre… Me parece que estas medicinas modernas, esos líquidos rojos y transparentes, no sirven para nada, o por lo menos a mí no me sirven para nada. Yo sigo aquí, en la cama, a veces en el sillón, pero las fuerzas no me vuelven. En ocasiones parece que sí, y entonces me torno optimista y le digo a Sandi,

―Cuando todo esto acabe tenemos que dar la vuelta al mundo; yo no la he dado nunca. No sé a qué estaba esperando, pero ahora que estás tú aquí lo podemos hacer. A lo mejor es que me daba pereza hacerlo solo, pero eso se acabó. ¿Quieres ir a Ceilán? Sí, primera parada en Ceilán, y luego, ya que estamos cerca, podemos intentar subir en el teleférico del Everest. Dicen que hay mucha cola, pero si se va con dinero por delante te la saltan y pasas el primero. También podemos ir a Pelotas. Está en el sur de Brasil y he oído decir que allí están las mejores playas del mundo. ¿Tú no sabes esa que dice, mi tío, que es brasileño, pasa en Pelotas el mes de abril…?

―No le digas eso a la niña.

―¿La niña…? ¡Pero si es muy mayor! Sandi, díselo a tu tía… Hermana mía, pareces una de los de Recursos Humanos.

Bueno, y otras veces, en vez de la azul y espejeante superficie del mar, lo que he visto ha sido la totalidad del Cosmos. Yo no sé si esto tiene que ver con lo que sucede cuando te ponen la inyección y ves las estrellas, porque con algunos de esos líquidos ves las estrellas. Como la monja debe de ser un poco sádica, tarda más de la cuenta en enchufármela y dice, aguante, aguante, sí, aguante, ¿eso no se puede hacer mejor?, y ella me dijo, no, es así como hay que hacerlo.

En cierta ocasión una voz me habló.

―Hace veinte millones de sus años que arribaron las primeras Oleadas, los primeros torbellinos de luces azules. ¿Azules…? Sí, ¿por qué no? Las primeras luces azules se produjeron hace cierto tiempo, algo después de nuestra toma de contacto con este lugar apartado.

Yo no sé si fue la abuela; la abuela hablaba con el pensamiento y la voz que oí me pareció la suya. Esto es difícil de determinar, más en mis circunstancias, pero aquella voz me pareció la suya, aunque la abuela nunca me habló de las estrellas ni de los misterios que encierra el universo; eso lo he aprendido yo solo hace poco.

―No, hija, a las estrellas no iremos, por lo menos tú y yo. Iremos mejor a alguna playa de una isla desierta. Las estrellas son lugares en exceso complicados para nosotros, los seres humanos del siglo veintiuno. Están muy lejos, y una vez allí, cuando llegas, no sabes qué hacer. ¿Cómo te vas a pelear con el principio de exclusión entre neutrones? Las fuerzas son demasiado poderosas y no hay nada de comer.

Claudia me mira alucinada: seguro que se está preguntando dónde he aprendido eso del principio de exclusión. Pues lo leí en un libro que me trajo el guarro. El libro estaba muy bien, muy claro. Era un poco antiguo, pero me dio igual porque tenía muchísimas fotos y dibujos; lo explicaba todo meridianamente. Ahora resulta que al guarro, que era tan tímido de pequeño, le ha dado por la física, y yo, desde que leí el libro, empecé a tener visiones cosmológicas. [...]

 

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