jueves, 10 de julio de 2025

ENTREGA 26

 

Mi prima Beatriz, que habría bebido muchísimo vino, después de la tumultuosa comida se pasó el tiempo de los valses bailando con los novios en mitad del jardín, y Anita y yo nos sentamos en unas sillas que había debajo de un árbol. Parecíamos novios. Luego estuvimos bailando, riéndonos, porque allí había mucha gente…, y cuando los invitados empezaban a irse observé que la abuela Tente nos contemplaba con aquella peculiar mirada suya. Puede que la abuela fuera corta de vista, porque solía usar gafas, pero de lejos veía perfectamente. La abuela sólo me miró, no abrió la boca, pero desde lejos, desde su sitio en la mesa, me dijo,

―Eduguá, ¿tú también…? Eduguá, te estás haciendo mayor… Bueno, todo llega en esta vida, y todo pasa.

La abuela me miró y yo oí eso dentro de la cabeza, lo oí como si lo hubiera pronunciado. Yo ya sabía que la abuela hablaba con el pensamiento, pero aquella vez no pude entenderlo de forma más clara.

Hasta aquí el lado cómico de la existencia, pero luego transcurrió un año, y sin previo aviso sucedió la tragedia. Mis padres, nuestros padres, murieron en un accidente de coche. Ellos solían viajar, unas veces a Europa, otras a América, y de aquella última no los vimos volver, sólo los ataúdes que velamos y después enterramos.

Hubo gritos, desmayos, carreras, lloros y lágrimas, pues nuestra casa se cubrió con el negro velo de la desventura, y en la familia el suceso cayó como una bomba. Yo nunca había visto llorar a la abuela ni al tío Aldy, ni siquiera al tío Eduardo, y sin embargo aquella vez les vi hacerlo a todos juntos, un espectáculo que no contribuyó a levantar los ánimos. Hasta el Cacho, que siempre había sido el más despegado, estuvo una semana sin salir de casa, casi sin salir de su cuarto, y nos miraba a los demás como mira un perro que de repente se ha quedado sin dueño.

Luego, cuando transcurrieron dos o tres semanas y parecía que las aguas se remansaban, la abuela tomó las riendas y decidió que había que poner remedio a aquella situación, así que tuvo uno de sus habituales arranques y empezó a pensar…, o a lo mejor no, a lo mejor no tuvo que hacer ningún esfuerzo y se le ocurrió así, de sopetón, porque la abuela, eso lo supe desde siempre, tenía una imaginación muy viva y era de ideas súbitas, y lo que se le ocurrió aquella vez fue llevarnos de viaje.

―¿No os gustaría que nos fuéramos a dar una vueltita por esos mundos? Yo no estoy muy para viajes, pero me parece que es lo mejor que podríamos hacer. Eduguá, ¿tú no quieres venir? Sí, ¿verdad?

… pero la abuela no tenía en la cabeza ir a pasar quince días a la costa o a alguna de las fincas, ni mucho menos, porque ella siempre fue imprevisible. Lo que se le ocurrió en aquellas circunstancias extraordinarias fue ir a su tierra, cruzar el charco y llevarnos a Colombia, así conoceréis cómo es aquello, yo no me voy a morir sin habéroslo enseñado.

Fuimos los tres, Claudia, el Cacho y yo, guiados por la abuela y el tío Aldy, quién se añadió al viaje. Claudia sólo llevaba un año casada, pero semejante circunstancia no le influyó en absoluto. El pobre Pedro, como había comenzado a trabajar en un sitio muy bueno hacía poco tiempo, se perdió la excursión. Vino a despedirnos al aeropuerto e hizo un montón de recomendaciones de última hora a su mujer, quién, como buena matemática y mientras los demás nos reíamos, se lo quitó de encima con gestos adustos. Al final Pedro se quedó allí, en medio de la sala de embarque, al lado de unos guardias que no le dejaban pasar, diciéndonos adiós con un pañuelo, y una cara…

Lo primero que me llamó la atención de las tierras de ultramar fueron los zumos de frutas, porque allí todo el mundo bebía zumos recién exprimidos en cuanto se presentaba la ocasión, y lo segundo, mis primas, mis primas lejanas, a quienes no conocía y me dejaron apabullado; alguna vez debían de haber estado en Europa, pero yo era pequeño y no me había enterado; ni me acordaba de ellas. Nuestras primas lejanas, de todas formas, no eran tan lejanas, porque lo eran en segundo o tercer grado. Puede que no mucho, pero código genético compartíamos, y eso siempre se nota. Lo que sucedía era que ellas, aunque fueran de mi edad, eran unas mujeronas, porque lo de vivir en el ecuador acelera el crecimiento, y es que Colombia, a pesar de lo que cree la gente, no es un país tropical sino mucho más que eso: es un país ecuatorial. Había una, en particular, de nombre Vladimira ―porque su padre era ruso―, que se parecía muchísimo a la abuela Tente, sólo que en joven, y hasta tenía su mismo pelo rubio y rizado.

En aquel país, al contrario de lo que sucedía en el nuestro, no podías hacer lo que te diera la gana. Para salir a la calle era preciso ir acompañado, y por la noche sólo en coche; de algunas casas, que solían ser de familiares, al hotel, y del hotel a otras casas. En el hotel, para que se vea cómo era lo que cuento, la puerta de la habitación era doble, doble y blindada, y eso que era un hotel de los buenos, con unas vistas fantásticas. La ciudad, contemplada desde la piscina de la azotea, parecía una ciudad europea, sobre todo por el tráfico de helicópteros pesados, y en la lejanía, en la falda de humeantes colinas, se adivinaban ingentes cantidades de barrios populosos en donde decían que no se podía entrar. Menos mal que también se veían montañas por todas partes, la gran cordillera de los Andes, en medio de la cual nos encontrábamos.

Una tarde fuimos a un zoológico de animales indígenas, porque, como dije en páginas anteriores, la mayor afición del tío Aldy eran los animales. Antes de salir nos reunió a los tres en su habitación del hotel y nos dijo,

―Hoy vais a probar el producto nacional de Colombia. Atención a esto que es cosa fina.

El tío Aldy, muy ceremoniosamente, sacó un bote de plástico, lo abrió con todo cuidado y esparció una especie de polvo encima de una mesa de mármol. Luego se entretuvo en alinearlo. Claudia, que le observaba con peculiar expresión, de repente dijo,

―Pero, tío, ¡si eso es muy malo…!

… y el tío Aldy no le hizo el menor caso. La miró con su eterna cara de guasa y replicó,

―No, mujer. Lo que es muy malo son las mierdas que os metéis vosotros en Europa. No te preocupes, que con esto no te va a suceder nada ―y dicho y hecho, sacó un billete nuevecito y predicó con el ejemplo.

Luego lo hizo el Cacho, y lo hizo tan bien y con tanta soltura que se descubrió por completo, y después Claudia.

Yo no sabía qué decir, pero al fin pregunté,

―¿Puedo probar? ―y el tío Aldy dijo,

―Por supuesto, pero que no se entere tu abuela.

ENTREGA 26

  Mi prima Beatriz, que habría bebido muchísimo vino, después de la tumultuosa comida se pasó el tiempo de los valses bailando con los no...