jueves, 24 de julio de 2025

ENTREGA 30

 

 

EDUCACIÓN EN LA MANADA

 

El océano es mi casa, el ancho y largo piélago, la inmensidad profunda, la mar salada… En él nací, en él vivo y en él moriré sin remedio. Todos somos eslabones de una misma cadena, que nadie lo olvide.

Yo nací una lejana noche de tormenta, tormenta atmosférica y vivamente teatral, mar montañosa, acuosos y hercúleos tirabuzones y vientos huracanados. Al principio, como dije anteriormente, basta con saber nadar, nadar y respirar, pero eso lo provee la madre Naturaleza ―a quien siempre, en toda ocasión y momento, debemos encomendarnos―, por lo que el asunto no es de preocupar. Asciendes ayudado por tu madre, puesto que el parto tiene lugar bajo la superficie de las aguas, y respiras. Asimismo tienes que aprender a mamar, porque si no te quedas raquítico, pero ello, con la ayuda de tus congéneres y como también se dijo, no es difícil.

Los primeros tiempos en la vida de un cachalote se componen de una total holganza e intermedios de exploración, piruetas y saltos, chapuzones sin fin y grandes banquetes de materias sumamente grasientas, etapa que dura algún tiempo, pero luego, conforme transcurren los meses y dado que los de mi especie son seres sociales, esto es, que viven en enormes familias en donde es forzoso cumplir una serie de normas, la educación entra en escena. Para empezar, ¿qué dirían ustedes que es lo primero que nos enseñan? Muy sencillo: lo primero que se enseña aquí es lo que son los cefalópodos, extremo clave, ya que son la base de nuestra alimentación. Estos bichos pueden alcanzar tamaños respetables, pero cuando eres joven no te dejan meterte con ellos, sería muy temerario, así que te dedicas a los pequeños, menos sabrosos pero que de todas formas abundan. Bueno, a los pequeños, ciertas clases de peces y grandes cantidades de organismos que flotan entre dos aguas; una dieta variada, como se ve. En fin, variada… Aunque ya no quedan belemnites, variada sería decir poco. Voladores, maganos, sepias, jibias, rellenas, sepiolas, potas, nautilos, chocos, cachones, peludines, argonautas, chipirones, calamares, pulpos, architeuthis, en especial el princeps, etc., todos son lo mismo, algunos de los nombres que los humanos han puesto a estos animales, y eso sin hablar de los nombres latinos, los que Linneo les adjudicara allá por los albores del siglo XVIII de su Era Cristiana, la actual, nombres como Octopus vulgaris, que es el pulpo, u Ommastrephes bartrami ―aunque hay quien lo conoce como Todarodes sagittatus―, que es el volador, cefalópodo terciado pues a veces mide más de un metro. ¿Y qué me dicen del Vampyroteuthis infernalis? Menos mal que este último sólo vive en aguas profundas del Atlántico. Nunca lo he visto y espero no tener que encontrármelo, pues, aunque tengo entendido que es pequeño, si los humanos le han dado semejante nombre, por algo será.

Los humanos dicen que el mejor es el magano, lo sé de buena tinta, y esto porque tienen la dentadura sensible, pero yo no opino así: el mejor es el architeuthis. Yo una vez me comí uno de siete metros; me costó un poco, pero al final pude con él. En otra ocasión me topé con uno que medía diecisiete, y aquel se me escapó. Lo estuve persiguiendo, pero era un bicho listo, se escondió y se me escapó. Esto sucedió a gran profundidad y cuando ya era mayor.

Más adelante, cuando ya distingues entre unos y otros, las hembras ―algunas, las que se llevan bien con los jóvenes, porque no todas suelen estar del mejor humor― te llevan a sus correrías, y paso a paso te van instruyendo en los secretos de nuestro mundo, el océano, enorme y líquido hábitat que no es lo que parece.

Visto desde arriba, sin conocer ninguna otra cosa, se asemeja a una gran y azulada superficie, el lugar en donde los dos fluidos, el agua y el aire, se enfrentan, se dislocan y entremezclan; el lugar en el que chocan, en donde se encuentran en permanente contacto. Las ondulaciones propias de esta líquida superficie, sus olas, su tamaño, su aspecto, obedecen punto por punto al estado del gran colchón de gases ―la atmósfera― que la aprisiona; si no fuera por su presencia toda esta agua herviría, herviría y se desparramaría, convertida en vapor, por los vacíos e inmediatos espacios que nos circundan. Para nosotros, cetáceos del océano, su existencia es una bendición por un doble motivo, pues aparte de lo dicho contiene el oxígeno y el nitrógeno, los gases que respiramos, pero en el reino de los mares no todo se reduce a su superficie, ni mucho menos.

El océano, sí, visto desde arriba semeja una gran extensión, pero ¿qué se podría decir de lo que hay debajo, lo que su fachada encubre, el reino de las aguas? ¿Saben ustedes que la vida, el más monstruoso de los fenómenos que este planeta vio suceder, se inició en su seno? Si la superficie ya es abrumadoramente grande, lo que oculta necesitaría de todas las bibliotecas del mundo para su descripción. Sumérjanse y verán lo que encuentran. Aquello está lleno de vida, de bichos raros de todos los colores, formas y tamaños. Aquí un acantúrido; más allá un antenárido; te das la vuelta y te encuentras a una pandilla de corcones que, inmóviles, te miran con sus sorprendidos ojos de pez… Allí encontramos los arrecifes que afloran el agua, los coralinos y policromados y los rocosos, oscuros y traidores; las enormes praderas de las plataformas en las que pastan los fitófagos, las sopas, los sargos, las bogas y hasta los lábridos; las llanuras de posidonias, los barrancos y quebradas de sus bordes, los enormes picachos submarinos, las laderas repletas de rocosas cuevas en donde meros y pulpos acechan a sus presas, y después, si te lanzas por la cuesta abajo, aparecen las criaturas abisales, las llanuras de cieno, la continua lluvia de materia orgánica, y cuando en tu camino hacia las profundidades, con las abiertas fauces te cruzas a una bandada de carioquinas ―esos diminutos pececillos que con el tiempo se convertirán en modestas pescadillas, y aun, si viven lo suficiente, en enseñoradas merluzas―, la emoción del hambre queda saciada en un tumulto de minúsculas flechas plateadas que huyen sin conseguirlo más que a medias… Sí, vas aprendiendo a distinguir todos estos lugares comunes de que hablo, las múltiples circunstancias de la vida y las sepias de los calamares, como dije ―aunque esto último tampoco es que importe mucho puesto que todos son alimenticios; simplemente conviene saberlo―, pero al propio tiempo nos ilustramos en otros conceptos.

 

ENTREGA 30

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