jueves, 4 de septiembre de 2025

ENTREGA 42

 

 

Al final de aquella larga temporada nuestro padre volvió a reunirnos y nos recomendó que recogiéramos todo, todo lo que quisiéramos. Nos dijo que íbamos a ir de viaje, pero no adónde ni que no fuéramos a volver, y a los pocos días, una mañana en que el sol lucía con más fuerza que de costumbre, montamos en la camioneta del tío Samuel y nos acercamos hasta el mar cargando con nuestros equipajes. El tío Samuel vino con nosotros, él era quien manejaba aunque Jonás también lo hizo un rato, y durante el viaje fue haciendo bromas y hablando de algo que llamaba éxodo; yo entonces no lo entendí, pero de mayor sí lo he pensado. Al llegar a una playa había gente esperándonos, dos señores negros viejos y uno medio blanco. Tenían un barco, también viejo, en el que nos metimos todos menos el tío Samuel. Él se quedó en la orilla y nos estuvo diciendo adiós, primero con la mano, y luego, cuando estábamos ya muy lejos, con un pañuelo blanco. Al final desapareció en el horizonte y ya no lo volvimos a ver; yo, desde luego, nunca lo he vuelto a ver.

Alrededor de nosotros todo era agua y el único ruido que se oía era el motor del barco. Nuestro padre estaba muy pensativo, lo estuvo todo el viaje, casi no dijo nada durante el tiempo que duró, que yo creo que fueron varios días, aunque no me acuerdo mucho. Dormíamos en la cubierta, hacía mucho calor, y por la noche más, y al final se acabó la comida porque no llevábamos suficiente, y se acabó hasta el agua. El agua sabía a rayos, yo creo que era a diesel, y todos teníamos mucha sed. Liria lloraba, Catilino lloraba, yo también, llorábamos todos menos Jonás, que nos miraba muy serio y preocupado. Los mayores no hacían otra cosa que protestar y discutir y no tenían muy buena cara, y los vestidos de colores que llevábamos Liria y yo acabaron chafados y sucios y negros. El estado de nuestra ropa fue fiel reflejo de lo que sucedió.

Aquella noche, el último día antes de volver a ver la tierra, Cati, Catilino, descubrió que aún quedaba una cantimplora de aquella agua en donde nadie la había buscado, y como se le ocurrió decirlo en alto los niños nos peleamos por beber, nos dimos de sopapos sin el más mínimo pudor, sobre todo él y yo. Entonces nuestro padre fue a poner orden y acabamos todos llorando a moco tendido de los tortazos que nos llevamos, aunque algo pudimos beber. Aquello nos alivió, pero yo entonces descubrí que para comprender el mal es preciso haber nacido pobre. Nadie que no haya nacido pobre sabe lo que es el mal.

Al día siguiente, cuando los humores ya estaban por los suelos y los ánimos muy caldeados, divisamos tierra, y aquello fue el principio del fin de nuestras desdichas, fue todo un acontecimiento. Aún tardamos el día entero en llegar hasta la línea oscura y lejana que se pintaba en el horizonte, pero su sola presencia nos dio ánimos para esperar a la noche. Es por la noche cuando ustedes desembarcan, esto le decía el barquero a nuestro padre, hasta la noche no se puede hacer nada, lo lamento pero van a tener que esperar, a mí también me gustaría beber, pero no podemos meternos ahí a la luz del día, acabaríamos todos en el pulguero, ¿lo entiende?, y nuestro padre vino hasta nosotros y estuvo casi todo el día dando sombra a Cati. ¡Pobre Cati! Siempre lo pasaba mal. Él no se quejaba, o se quejaba poco, pero lo pasaba muy mal. Era el que más sudaba, el que más gemía, el que peor dormía e incluso el que menos comía, porque decía que por la garganta no le atravesaban los alimentos… Menos mal que teníamos a Liria; no teníamos madre, pero tuvimos a Liria.

Así estuvimos todo el día, allí, inmóviles en mitad del mar, observando el camino del sol hacia el horizonte y los pájaros marinos, que nos hicieron larga compañía. Los hombres, nuestro padre y los otros tres, discutieron mucho a la vista de algunos mapas que llevaban y dejaron pintarrajeados con líneas de colores, y luego, cuando el día estaba empezando a declinar, las voces se acallaron y nuestro padre dobló los mapas y los guardó en el bolsillo. A los demás nos hicieron recoger los bultos y atarlos de forma que los pudiéramos llevar, que resultara más fácil cargar con ellos, aunque no llevábamos casi nada, ropa muy poca. Cuando el sol estaba a punto de ocultarse tras el horizonte volvieron a poner el motor en marcha y arriaron una vela pequeña que por la mañana habían colocado en la parte trasera, y luego, muy despacio, nos fuimos aproximando a la línea oscura de la costa, aquella lejana línea en donde, a occidente, había aparecido una luz que parpadeaba a intervalos. Tardamos mucho en llegar porque en el mar las distancias son engañosas, pero teníamos tantas ganas de beber y comer que hasta ello se nos olvidó, y estuvimos observando con ansia cómo la tierra se aproximaba. La vimos llegar como si fuera la Tierra Prometida, aunque nosotros no supiéramos en qué consistía aquel concepto, al principio línea negra y luego playa coronada por la selva, selva virgen, selva desierta y poderosa, selva viva y desconocida y que llegaba hasta el mismo borde de la arena en donde rompían unas enormes olas como todas las de mi mar, el mar Caribe. Cuando ya estábamos muy cerca nos dijeron que bajáramos al agua deprisa, había rocas por allí cerca pero la playa estaba al alcance de la mano, y nuestro padre nos cogió a Cati y a mí, los demás bajaron solos, y nos llevó en volandas hasta la orilla, aunque luego volvió en busca de los bojotes. Yo casi no me mojé, sólo los zapatos, pero como eran de goma daba igual, y todo estaba muy oscuro, iluminado únicamente por la luz de las lejanas estrellas, porque aquella noche no hubo luna; la luna debía de estar debajo de nuestro suelo, al otro lado de la Tierra. Luego el barco rugió, rugió su motor y los que iban dentro gritaron sus adioses. Coriandro, nuestro padre, los saludó, y los demás, desde la orilla, también, y al fin desaparecieron en el mar negro y oscuro y nosotros nos quedamos allí, con la tierra debajo y el cielo encima, aunque sólo fue un momento; no nos dio ni tiempo a pensarlo porque en seguida tuvimos que recoger los bultos e internarnos en la manigua por un camino de tierra que llevaba al interior.

Por qué hicimos aquello de aquella manera no me lo pregunten, yo no lo sé, yo era muy pequeña, y cuando se es pequeña las cosas se aceptan como vienen, todo te parece normal; cuando eres pequeña te faltan términos de comparación.


INTERMEDIO, aunque será corto

    Y hasta aquí ha llegado el primero de los cuatro libros de que consta la aventura por antonomasia, la aventura de las luces azules , que...