lunes, 8 de septiembre de 2025

ENTREGA 43

 

UN VERANO

 

Luego, sin que hubiera lugar para otros sucesos dignos de narrarse, transcurrió el último año de nuestros estudios, al cabo del cual nos encontramos con sendos certificados en la mano, pues a Louis le sucedió otro tanto, a él también le aprobaron y nunca tuvo que volver al colegio en que nos habíamos conocido. Aquello lo celebramos tal y como se merecía, y en cuanto nos dieron las vacaciones nos fuimos a la casa de su familia. Su padre, que era de ideas fijas, aunque más tranquilo que lo que yo imaginaba porque no nos dio nada la lata, en cuanto tuvo ocasión nos dijo,

―Y si queréis iros de putas, me lo decís, ¿eh?, no vaya a suceder lo de la última vez.

Aquella casa estaba en la playa, en la costa del Mediterráneo, y allí pasamos medio verano, y el otro medio en las montañas del norte, en donde Pedro, el marido de Claudia, seguía reconstruyendo el molino antiguo y destartalado bajo el que discurría un río perfecto para bañarse. ¿Y qué sucedió durante aquellos meses? Nada. Nosotros teníamos dieciséis años y comenzábamos a vivir entre las fantasías que son propias a semejante edad. Nos pavoneábamos en la playa, decíamos todas las tonterías que se nos ocurrían a las chavalas con las que hicimos amistad, tomábamos helados, bebíamos cerveza, porque allí hacía calor, y sacábamos a pasear los coches del padre de Louis, que eran del estilo de los del tío Aldy, y aunque novias en serio no tuvimos ninguna, tentativas y maquinaciones, que siempre acababan entre grandes carcajadas, hubo muchísimas; varias por semana, si mal no recuerdo.

Uno de aquellos días Louis me habló de los alaridos que había oído en el cuartelillo, cuando se me apareció el pulpo un año atrás. Él no sabía lo que sucedió, sólo oyó los gritos desde su celda del calabozo, y me dijo que no sabía si recordármelo o no.

―¿Tú te enteraste?

―Sí, claro, ¡cómo no me voy a enterar!, y me acuerdo muy bien… El asunto fue que se me quería comer un pulpo, aunque era un pulpo que parecía un cachalote.

―¿Un cachalote?

―Sí, un pulpo grande que parecía un cachalote, y a ratos una bailarina del Moulin Rouge, un pulpo de ojos saltones que se levantaba las faldas.

En otoño de aquel año nació mi único sobrino, Pedro, a quien siempre se conoció como Pedrito. El parto, según oí contar, fue complicado porque Claudia era primeriza y había malos antecedentes, pero al final todo salió bien. Pedrito vio su primera luz, al igual que los telescopios, y durante toda su vida fue una persona acorde con la familia de la que procedía, como se ilustrará en páginas posteriores.

Fue también en aquella época cuando de verdad me aficioné al cine. El tío Juan tenía un montón de películas y nos las dejaba para que las viéramos. Tenía más de mil, y todas buenas, de las que se hicieron en la época dorada del cine, que según dicen las crónicas fueron los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo. Luego intervinieron factores que no conozco ―el comercio, el capital o lo que fuera―, y la antigua magia pasó de ser un arte a ser una industria, es decir, que decayó mucho durante decenios. Yo, de pequeño, creía que no me gustaba el cine, pero lo que sucedía era que no me gustaban las películas que se hacían en aquella época, que es diferente.

―Yo digo La colina de los diablos de acero, y entonces tú dices, ya la he visto.

―Ya la he visto.

La quimera del oro.

Ya la he visto.

Ben-Hur.

―Ya la he visto ya la he visto.

―¿Y eso?

―Es que la he visto dos veces, o tres, o cuatro, ni me acuerdo; la vi muchas Semanas Santas.

Repulsión.

―Bueno, de esa no te digo nada; sólo que también la he visto.

Cayo largo.

―Ya la he visto.

Stromboli.

―Ya la he visto.

El ángel exterminador.

―La he visto.

Encadenados.

―La he visto.

El río.

―La he visto, y es de mis preferidas.

2001.

―La he visto quince veces.

―¿Síiiii…? ¿Y Teléfono rojo?

―También. En aquella aparecía Peter Sellers en cuatro o cinco papeles distintos, hacía hasta de presidente americano, y al final tiraban una bomba de hidrógeno.

Días de radio.

―Por supuesto que la he visto. Una orquesta tocaba en ella El tico tico, una canción que tocaba la abuela en el piano, y otras muchas históricas. Frenesí, por ejemplo, y yo qué sé cuántas más.

La mujer del cuadro.

También la he visto.

Centauros del desierto.

―¡Jo… lín!

Objetivo Birmania.

―La he visto.

La escapada.

―Esa sí que es divertida, y también la he visto.

… y de semejante forma podíamos continuar indefinidamente.

El Cacho Madera, mi hermano, que en aquella época ya tenía veintiún años, seguía jugando al baloncesto, su única actividad conocida. Durante los años que digo seguimos viviendo en la casa de siempre, nuestra antigua casa, los dos mano a mano, porque la de la abuela se había cerrado. El Cacho había ocupado la parte que en un tiempo habitó Claudia, los cuartos del fondo en donde cuando yo era pequeño hubo tantos conciertos, y estos habían cambiado radicalmente su aspecto. De ser el reino de la pulcritud se habían transformado en la reencarnación del caos. Ya no eran bicicletas o tablas de surf las que se amontonaban, sino discos, todos tirados, piezas de coche, herramientas en cajas de zapatos, libros, todo revuelto, y multitud de revistas, revistas de perros y de juegos de ordenador, de parapsicología y otras materias afines, y también, claro está, de chavalas en todas las posturas; incluso creo que una vez vi una pistola, supongo que cargada, de la que estuvieron haciendo alarde. Y la ropa, como antaño, y no me refiero a la de deportes sino a toda, ocupaba no ya lo que había sido vestidor sino la mayor parte del espacio disponible, excepción hecha del cuarto más grande que se había convertido en cancha de baloncesto con canasta incluida. Dado que aquel cuarto era enorme, y de techo alto, a veces se usaba para ciertos partidillos, de tres contra tres o de dos contra dos, que formaban parte de los entrenamientos. Como el Cacho era tan vago, así no tenía que salir de casa, y además traía público, por lo general chavalas de su panda que aplaudían a rabiar, e incluso, llegado el momento, gritaban como condenadas animando a unos y a otros, más si se prodigaban los tapones. Entonces ya no jugaban al baloncesto propiamente dicho, o al street basket, sino a algo más moderno a lo que llamaban quick basket. Era una mezcla de baloncesto y lucha libre, y yo le encontraba menos gracia que al antiguo, al de siempre.

Con el tiempo aquello empezó a degenerar, y después de las sesiones puramente deportivas se organizaban fiestas en donde como torrentes corrían el alcohol y otras sustancias no muy adecuadas para deportistas, pero ¿qué se podría decir? Los que iban a casa estaban en la edad en que más despropósitos se llevan a cabo, la primera juventud, cuando aún ni siquiera se vislumbra el peligro, y además, por entonces vivíamos solos. El Cacho se las había ingeniado para echar a la muchacha que le puso la abuela y se apañaba con interinas que cambiaban todos los meses, y a veces todas las semanas, y Claudia no quería ni enterarse de lo que allí dentro estaba sucediendo, aunque a mí, a veces, me preguntaba cosas.

ENTREGA 69

    El encuentro y la mezcla de dos manadas diferentes es uno de los acontecimientos más aparatosos que imaginarse quepa. Primero tiene ...