SE MUERE ALISON
Entonces se murió Alison, la inglesa, Cincinatti Fireball, que fue lo peor que le pudo suceder al Cacho Madera, quien poco a poco se había ido reponiendo de sus años inmerso en la química de las sustancias blancas. Alison, según me contó Claudia, se murió de repente. No le ocurría nada sino que estaba todo el día jugando al tenis, en la piscina y lugares así. No fumaba, bebía lo mínimo y tampoco trabajaba, es decir, que muy agobiada no estaba, no tenía ningún aspecto. Un día se metió en la bañera y no salió, que no es mala forma de morir, sobre todo si no te da tiempo a enterarte, y por lo que oí, a ella no le dio tiempo a nada. Transitó de viva a muerta en menos de lo que se tarda en decirlo ―¡qué suerte!―, y además de joven, cuando aún no has tenido tiempo más que para disfrutar… Nosotros, la familia, los que quedábamos, nos pusimos en seguida en movimiento porque nos imaginábamos lo que iba a suceder. Claudia me dijo, y ahora, ¿qué va a hacer tu hermano?
El Cacho Madera, cuando sucedió aquello, empezó a frecuentar la sala Ben Johnson. Esta era una de las narcosalas, y la llamaban así por un atleta que vivió en el siglo pasado y fue desposeído de sus medallas y honores debido a que se descubrió que se metía de todo. A estas salas también las llamaban salas de veno punción, y de esto último lo único que se me ocurre decir es que ni el mal gusto ni la retórica del sistema conocen límites. Eso sí, se suponía que había más higiene que en la calle, y que el material que se dispensaba era de mejor calidad.
Sandi, que entonces tenía diez años, se quedó con Cacho. Ella no tenía padre, o mejor dicho, nadie sabía quién era, nunca se había hablado de él, en los papeles no se encontró nada y el Cacho no tenía más que vagas referencias. Alguien habría sido, pero entonces ya no había forma de averiguarlo. Lo único que se podía hacer era poner un anuncio en los periódicos ingleses, a ver si sonaba la flauta, pero el Cacho no movió un dedo. Entre que su nueva vida se derrumbó, y que Sandi le recordaba a su madre, hizo todo lo posible por quedarse con ella y lo consiguió, no fue difícil. Sandi se convirtió entonces en lo que se conoce como una huerfanita, una huerfanita mimada por toda una familia.
Sandi, de pequeña, me tenía muy considerado. Yo era su único tío y me miraba apasionadamente, como miran los niños a los mayores que les apasionan. Para que se vea que lo que digo es verdad, contaré que una vez, cuando debía de tener ocho años y estaba todo el mundo mirando, dijo,
―De todas las personas que vienen a esta casa…, Eduguá es el que mejor fríe las patatas.
Su madre y el Cacho le rieron mucho la gracia y me lo estuvieron recordando durante una temporada.
―Oye, que a la niña la tienes maravillada. Dice que si esto y que si lo otro…
La verdad, por decirlo ya todo, es que Sandi aprendió a hablar castellano a velocidades de las que sólo los niños son capaces.