lunes, 3 de noviembre de 2025

ENTREGA 57

 

 

LA TIERRA GIRA Y GIRA

 

Muchas cosas han sucedido desde la última vez que nos vimos. Han transcurrido casi dos años y en dos años pueden acontecer tantas cosas como una quiera, a veces hasta las que nadie quisiera. Yo no hubiera querido que ocurriera lo que ocurrió pero hay sucesos que son inevitables, que no están en nuestras manos, y lo que ocurrió, después de nuestra edad de oro en el colegio de las monjas, fue que mi padre, nuestro padre, Coriandro, se murió, se murió o lo mataron, no lo sé. Jonás, que ya entonces empezaba a ser Charles, no nos lo dijo, y cuando Liria le preguntó no se lo quiso decir, se puso a gritar, como si se hubiera vuelto loco, que de aquello no quería hablar, y nosotros nos callamos muy asustados. Entonces ya no éramos pequeños, porque yo, que era la pequeña, tenía doce años, pero nos asustamos tanto al ver a Charles así que ni Liria ni Cati ni yo nos atrevimos a preguntarle más, nos callamos bien callados y así estuvimos un día entero y otro y otro, encerrados en casa y sin comer ni dormir más que a ratos. Al entierro no fuimos porque nadie nos avisó. Fue Jonás, pero no nos dijo nada porque no quería que viéramos algo; no sé qué, aunque lo imagino.

Nuestro padre se murió en una follisca, y a lo mejor antes de morir se llevó a alguien por delante, cualquiera sabe. Nuestro padre, Coriandro, era alto y fuerte, y no era gordo, era flaco; además no era malo, sino todo lo contrario. Si se metió en una pelea seguramente fue para defender a alguien, pero cuando se acabó había tres muertos en el suelo de la cantina en que aquello sucedió, y otros dos fueron llevados por las fuerzas del orden al hospital.

Todo esto nos lo contaron las vecinas el segundo día. Llamaron a la puerta, pero esta, aunque ellas no se habían dado cuenta, estaba abierta, y entraron atisbando hacia todas partes muy sobresaltadas. Yo estaba mirando al mar por la ventana con los brazos caídos hacia afuera y a punto de desmayarme; así llevaba dos días porque en la calle sólo había enemigos. Liria estaba en la cama y Cati en otro cuarto. No habíamos salido de allí ni probado bocado desde que Jonás se fue diciendo barbaridades, y en esos casos el tiempo se te escapa como agua entre las manos. Entonces las vecinas hicieron una colecta, porque en aquel barrio vivía muchísima gente, y cocinaron un puchero gigantesco que estaba lleno de garbanzos. Nosotros nunca los habíamos probado porque aquello no se estilaba en los lugares que habíamos conocido, allí casi todos los días se comía arroz con carne, mucho menos en la selva, en donde sólo había frutas tropicales, pero una de las vecinas era isleña y en su tierra se cocina de una manera especial. Los garbanzos estaban buenísimos, pero las vecinas tuvieron que refrenarnos porque decían que era malo comer muy deprisa cuando no se ha comido nada, a lo mejor era verdad, y luego nos volvimos a quedar dormidos. Cati se quedó sin habla y Liria se fue a dormir con él, y por la noche apareció Jonás y me despertó. Fue allí donde me dijo,

―No grites, no digas nada… Aquí os dejo el dinero que tengo. Yo ahora me voy a arreglar una cosa. Vuelvo mañana, y cuando vuelva ya pensaremos qué vamos a hacer, pero si mañana no estoy aquí, ya podéis empezar a pensar vosotros en algo nuevo. Me parece que lo del colegio se os ha acabado. Lo mejor será que no esperéis a que os echen, no volváis y arreglado; bueno, no sé, a lo mejor ellos pueden ayudaros… Liria y tú tenéis que cuidar a Cati, ya sabes que él… ―porque Jonás había crecido en aquellos días y le brillaba la mirada de una forma nueva, se hizo mayor de la noche a la mañana, y yo creo que los demás también; luego, la misma noche, se fue y no volvimos a verlo durante una temporada.

Yo no dormí. Me quedé por allí dando vueltas y mirando por la ventana, esperando a que volviera, pero no volvió. Al final, cuando ya había amanecido, me quedé dormida en una de las sillas de la cocina, y allí me encontró Liria, caída sobre la mesa. Me despertó y yo le di el dinero que me había dado Jonás. Liria lo guardó y dijo, algo podremos comprar. Se fue a la tienda y trajo leche, que era lo que más le gustaba a Cati, y desayunamos los tres juntos. Yo les conté lo que me había dicho Jonás unas horas antes, y observé que Cati comenzaba a balbucear, luego a hacer pucheros, y por fin se echó a llorar y se fue a su cuarto; entonces tenía catorce años. Liria lo siguió y los oí hablar. Los garbanzos seguían allí, fríos, en una cazuela, estaba llena de ellos, pero no teníamos hambre; como no estaba nuestro padre, ninguno sabía qué hacer. Me vestí como para ir al colegio, me puse el uniforme de todos los días, pero no conseguí salir de casa, estuve toda la mañana deambulando por el pasillo. Luego me quité la corbata; total, para lo que servía…

Los dos primeros días nos llegó el dinero. Nos aburrimos muchísimo pero yo no advertí ninguna sensación especial. Subía a la azotea y pasaba las horas muertas mirando al mar lejano, y también pensando en nuestro padre, claro, en Coriandro y su camisa blanca, que nunca iba a volver… Lloré un poco, no mucho, porque yo creo que soy fuerte, o insensible, eso nunca se sabe, pero a veces me cogía lo del nudo en la garganta y entonces me metía los puños por los ojos, me esforzaba por ver las olas del mar y los pájaros, entornaba los ojos y así los veía mejor. Sin embargo, al tercero o cuarto, o sea, cuando ya llevábamos una semana sin nuestro padre, sin Jonás también, y sin salir de casa, Liria dijo que se iba a buscar comida y tardó la mañana entera en regresar. A mí aquello me intrigó.

―¿Dónde has estado? ¿Por qué has tardado tanto?

Liria volvió con dos bolsas de plástico llenas de paquetes de galletas y de envases de leche en polvo.

―No preguntes ―me dijo―. De momento no hay problema; tú cuida de Cati.

jueves, 30 de octubre de 2025

ENTREGA 56

 

Así se manifestaba el Cacho, como los de las películas, y lo decía enfadadísimo y a gritos delante del abogado y del tío Aldy. El abogado no sabía qué cara poner, pero el tío Aldy no le hizo ningún caso, hizo como que no le había oído, porque él no era así, ni mucho menos. Un poco bruto sí era, es verdad, pero cuando comenzó a decir aquellas cosas le empecé a ver lejos, ajeno. Siempre nos habíamos llevado bien, pero la química es la química y la física la física, eso lo sabe todo el mundo, pero como los hermanos mayores raramente consideran que los pequeños saben algo que ellos no, tampoco iba a servir de nada echarle un discurso.

Luego le soltaron, pagó no sé qué fianza y le soltaron. Estuvo tres días en comisaría, pero como no tenía antecedentes, porque lo de cuando era pequeño no contaba, le soltaron y ni pasó por el maco. Volvió a casa una tarde echando pestes, cuando yo estaba en plena mudanza, y me contó que el que se la había cargado era el capo. Este sí debía de ser conocido, y lo del pichinglis no a todo el mundo le hace la misma gracia. El Cacho le buscó un abogado, no el suyo sino otro que había sido cocinero antes que fraile, o sea, bandido antes que picapleitos, que también existen.

―¿Y contrabandistas que hayan sido jefes de policía?

―Claro, por supuesto; de esos, todos, en especial en las zonas próximas a las fronteras. Y políticos de izquierdas que antes han sido de derechas, y al revés. Ya lo dice el refrán: de sabios es rectificar.

Yo andaba casi siempre con Javi porque Louis se había ido a otra ciudad a estudiar la primera de las dos carreras que hizo. Javi era el que decía: si quieres ligar, lleva perro. Eso era verdad entonces y lo sigue siendo ahora, yo creo que ha sido verdad siempre, y él, por lo tanto, solía tener perro. Por entonces tenía uno lleno de rizos que, no sé en qué, me recordaba a Romo; debía de ser en lo obediente. Las chavalas le decían todo lo que se les ocurría y le acariciaban la cabeza.

Javi, además, estudiaba arquitectura, estaba en primero por tercer año consecutivo. Él no era tonto, pero estudiaba poco, sólo al final, cuando llegaban los exámenes, de resultas de lo cual se le ponía una cara fatal durante un mes, el último, aunque se le pasaba en seguida, en cuanto llegaba el verano y se montaba en la canoa. Lo de Javi era la canoa, estaba claro.

Yo también intenté estudiar. Claudia, el tío Juan, todos me lo dijeron.

―Hombre, ahora tienes dinero, pero eso no dura siempre. ¿Por qué no estudias algo? Seguramente se te daría bien, y mejor que estar mano sobre mano y bostezando todo el día de sofá en sofá…

Lo de que se me daría bien no sé a qué venía, pero lo dijeron, y yo lo estuve pensando una temporada y descubrí que había cosas que me apetecía hacer, como ir al Conservatorio, por ejemplo. Lo de la música siempre me había atraído y lo llevaba en la sangre. El instrumento que más me gustaba era la viola de gamba; yo, lo que siempre había querido tocar, era la viola de gamba…

Al final, acuciado por la conciencia y las fechas, me decidí y me apunté a las clases de música, pero como no sabía nada me pusieron con los niños. Con ellos los pasé bien durante una temporada, solfeábamos, dábamos golpes con tambores, gritábamos, nos reíamos…, porque estar rodeado por chavales es como volver a serlo, pero si en realidad no lo eres todo es muy cansado, y el resultado fue que al año siguiente no volví, aunque con esto no quiero decir que dejara la música abandonada para siempre; más adelante iba a darme aún mucho juego.

Aparte de ir a las clases de solfeo, estuve el año entero leyendo hasta las tantas, levantándome al mediodía, pues las clases eran por la tarde, y planeando happenings ―cuya única finalidad era ligar― que se representaban en el estudio de Javi los viernes por la tarde, porque él, aunque sólo estaba en el primer año de la carrera, tenía un estudio en un piso que le había dejado su padre para que se fuera habituando.

Javi, a aquellas reuniones, traía a unas primas que tenía. Eran dos hermanas, y a mí la que me más me gustaba era la mayor, una chica rubia y de ojos azules. La pequeña se llamaba Carina, debía de tener dieciséis o diecisiete años y era guapísima, pero yo la encontraba muy pequeña y la trataba como pensaba que se suele tratar a las hermanas pequeñas. Con ellas venía una amiga de la mayor que se llamaba Carla, una rubia de ojos verdes que era también un monumento; la verdad es que durante aquellos tiempos tuvimos cerca chavalas de las que hay pocas.

¿Y qué hacíamos? Pues como es sabido, lo que nos dejaban, porque aunque supongo que ustedes se han dado cuenta de ello, lo anotaré para que no queden dudas sobre el particular: en la vida que nos ha tocado en suerte son las mujeres las que disponen, y el que no piense de esta manera no ha reparado en lo que sucede a su alrededor.

En buena lógica, Javi tendría que haberse enrollado con Carla y yo con su prima, pero sucedió lo contrario: yo me enrollé con Carla y Javi con su prima.

Bueno, aquello de enrollarse en un sitio tan reducido y con tan pocos muebles como el estudio de Javi ―sólo había un sofá, un tablero, algunas sillas y una estantería―, consistía en llevar unas cuantas botellas de vino que Louis, cuando aparecía, le cogía a su padre, vino del bueno. Apagar las luces, encender velas y palillos de incienso, que daban a la habitación un aspecto tétrico, y llegado el momento, decir tonterías y morrear con las chicas si te dejaba alguna, cada uno en un rincón y todo el mundo haciéndose el loco. Los que quedábamos sobrantes organizábamos una tertulia, discutíamos sobre asuntos trascendentales, fumábamos lo que hubiera y mirábamos por la ventana. En la acera de enfrente había una peletería de gran lujo, y en ella, una noche, vimos una escena muy curiosa protagonizada por un coche de la policía, pero esto sucedió algún tiempo después.

Durante aquellos años fue cuando se produjo la definitiva invasión cibernética, que enloqueció a las personas y al mundo en general. Siempre lo había estado (el mundo, loco), según se desprendía de las historias antiguas, pero durante los años que digo se recrudeció la tontera generalizada, un signo de lo cual fue que, al menos al principio, las personas caminaban por calles y paseos hablando solas a voces… Luego, como sucede siempre, la histeria generalizada decayó y las cosas volvieron a su ser…, pero prefiero no acordarme de tales tiempos.

Asimismo, aparte de estas historias de juventud, historias de amor exterior, hacíamos excursiones a montes cercanos y otros no tanto, porque a nosotros siempre nos gustó lo de andar corriendo por el monte, a Louis y a mí los que más. Javi prefería lo de la canoa, lo de la mar, pero cuando había chavalas se apuntaba a lo que fuera. Subíamos hasta alguna cumbre por la mañana y después bajábamos a comer a donde nos lo dieran, lugares a los que solíamos llegar a las cinco o seis de la tarde. En invierno era de noche, pero nos calentaban las sobras y nosotros dábamos buena cuenta de ellas.

Un poco antes de esto que cuento, no mucho antes tampoco, pensaba que las chavalas que me gustaban no comían nunca lentejas ni alubias ni nada de eso. No sabía qué comían, debía de ser marisco o ensaladas de fantasía, y todo ello regado por líquidos espumosos, pero no parecía que fueran legumbres. Sin embargo, con Carina y su hermana, la rubia de los ojos azules, acabé por darme cuenta de lo contrario, en especial con Carina. Nosotros éramos muy prudentes…

―A mí dos arroces a la cubana.

―Y a mí otros dos.

… pero las chavalas,

―Para mí un cocido, si queda, y una botella de vino.

―A mí también, pero antes póngame unas cabezas de cordero.

El tabernero, que estaba tomando nota, levantaba la vista por encima de las lentes y Carina insistía.

―Y sobre todo, no le quite los ojos.

Carina, que para la mayor parte de las cosas era un modelo de delicadeza, se comía las cabezas de cordero con cucharilla, con los ojos extraviados y mirándonos a los demás, entre cucharada y cucharada, muy divertida.

―¿En serio que no os gusta esto…? Bueno, peor pa vosotros.

lunes, 27 de octubre de 2025

ENTREGA 55

 

EPISODIO 55

 

Hasta aquí la primera parte de este cuento, unas 200 páginas; todavía quedan 600. ¿Serás capaz de leerlas? Porque aún no ha sucedido nada.

Lo que viene ahora se puede reducir en este índice:

- 3 -
PASSACAGLIA E FUGA 

El tiempo de la tonta juventud

La Tierra gira y gira

Carina

En la isla

El Cacho Madera se ennovia

La negra trabajando

Se muere Alison

Aventuras y divagaciones de un cetáceo odontoceto

La negra aterriza en el primer mundo

Muchísimo amor

Primeros pasos en los USA

Accidente

Segundo viaje a África

Yo soy una foca que está en una placa de hielo

Yo me llamo Cacho Madera

 

- 4 -

RONDEAU

 

La negra a los veinte años

Un cachalote funda su manada

Muerte del tío Aldy

La oceanauta

Yo me llamo Sandi Estilográfica

Conexión

Los treinta años

Vacaciones



 

- 3 -

PASACAGLIA E FUGA

 

El tiempo de la tonta juventud

La tierra gira y gira

Carina

En la isla

El Cacho Madera se ennovia

La negra trabajando

Se muere Alison

Aventuras y divagaciones de un cetáceo odontoceto

La negra aterriza en el primer mundo

Muchísimo amor

Primeros pasos en los USA

Accidente

Segundo viaje a África

Yo soy una foca que está en una placa de hielo

Yo me llamo Cacho Madera


 

EL TIEMPO DE LA TONTA JUVENTUD

 

Una tarde llegué a casa y encontré una fiesta que había organizado el Cacho, una fiesta de politoxicómanos. No eran muchos, seis o siete, y cuando entré andaban medio caídos por el suelo y muertos de risa. Había botellas y una humareda como si se hubiera quemado la cocina. Una chavala, que era una cría y ni siquiera estaba especialmente buena, hizo una especie de streap-tease de lo más torpe y se quedó medio desnuda, todo esto con música y jaleada por el Cacho, Chiqui y otro. La música que ponían era horrible y no pegaba nada, pero bueno, y a la chavala se le había puesto una cara de boba descomunal, casi se le caía la baba. Cuando acabó de quitarse ropa más de uno la imitó, porque ya se sabe que las pastillas te dejan alelado, al día siguiente ni te acuerdas de lo que ha ocurrido, y luego comenzó a desaparecer gente por el pasillo.

El Cacho Madera llevaba una vida cada vez más rara con sus amigos de siempre, Marquitos Querevés el gigante, Chiqui Sinatra, Emilio el míster y otros nuevos a los que no había visto nunca, como aquel moreno que le decían el capo, el capo gitanieri. Moreno era, desde luego, y de pelo rizado. Cuando aparecía por casa se asomaba a mi cuarto y, con voz de serpiente, decía,

―¡Eh, hermano!, di algo en pichinglis ―y se reía con una risa seca, como de tísico; claro, como era mayor…

Los antiguos no creo, pero los nuevos estaba claro que iban con él por el dinero. El capo gitanieri, sin ir más lejos, no tenía ninguna pinta de irse a casar con nadie…, pero me voy a callar porque me parece que me estoy poniendo muy moralista; todo esto me suena muy sospechosamente.

El Cacho Madera, con todo el dinero que tenía, se metió ―o le metieron, vaya usted a saber, ya que no conviene echar la culpa a nadie de nada; aquí todos somos dueños de nuestros actos― en una historia de un atraco, o de varios atracos, aunque yo sólo me enteré de uno. Yo casi nunca le veía, porque aunque vivíamos juntos, en la misma casa, en la de siempre, no se podría decir que lo hiciéramos a las mismas horas. Una noche llegó como a las dos, alterado sería decir poco, blanco como el papel y sangrando por una mano. Entró en el baño y estuvo una hora en la bañera, y luego salió con la mano vendada y cara de tener cuarenta años ―cuando sólo tenía veinticinco―, cara de cansado y de no haber dormido en varios días. Seguro que había dormido normalmente, pero es que esto de la química desfigura a cualquiera, y el Cacho Madera parecía químico, sobre todo por la cantidad de sustancias diferentes que manejaba. Cuando Claudia iba por allí no la dejaba entrar más que en el salón, y eso si avisaba antes, si no ni le abría la puerta, aunque esto, en realidad, sólo sucedió al principio, porque con el tiempo, viendo cómo se iba embrollando la situación, dejó de ir, lo que no me extrañó. Era yo el que tenía que haberme ido, y al final me fui.

Lo que me echó definitivamente fue que un día entré en el baño y pillé al capo gitanieri, que para mi gusto andaba demasiado por allí, meando en el lavabo. ¿Ustedes creen que se cortó? Ni mucho menos. Me decía, mira, hermano, mira cómo me la sacudo… Bueno, la verdad es que un poco cortado sí se quedó, aunque disimuló, y después de eso me dije que estaba allí de más. Si el Cacho quería convivir con aquella gente, que lo hiciera. Tampoco es que yo fuera muy fino, pero hay circunstancias que te deciden a dar los pasos que vas dando.

Me busqué un apartamento en mitad de la ciudad, un apartamento de los que tienen la cocina metida en un armario y al lado un cuarto con una cama grandísima; a mí la cama no me servía de mucho, pero entraba en el lote. Total, para lo que hacía, suficiente, y en casa ya no pintaba nada. Aquella casa estaba muerta, muerta desde que se murieron los jefes. Claudia se fue cuando se casó, como hace todo el mundo, pero los demás, el Cacho y yo, los que quedábamos después del naufragio, seguíamos allí. Yo creo que ninguno sabía por qué, aunque supongo que sería por inercia. Los dos teníamos una inclinación natural a la rutina, que también debía de ser cosa de familia.

Lo del atraco, por lo que me pude enterar, fue a un supermercado de lujo, una de esas tiendas de delicadezas. Me pregunto yo para qué querría el Cacho más dinero, aunque probablemente no lo hiciera por ello sino por el bien de la comunidad o su característica ansia de emociones fuertes, pero el caso fue que hubo problemas en el reparto, y uno de ellos debió de verse tan mal tratado ―seguro que no le dieron lo pactado― que denunció a los demás, se fue a un amigo poli que tenía y lo contó todo, lo que tampoco fue raro porque era un yonqui. El Cacho casi siempre se distinguió por no saber buscarse los amigos, aunque para algo le sirvió. Aquello le hizo despertar, yo creo, porque llevaba unos años durmiendo y el acontecimiento al que me refiero le obligó a espabilar. A mí no me gusta referirme a estas cuestiones, pero lo cuento porque forma parte de la historia.

En aquella aventura del atraco al supermercado intervino hasta la policía. Una tarde estaba en casa, solo, y llamaron a la puerta. En el rellano había un par de malencarados personajes que inmediatamente supe quiénes eran. Preguntaron por el Cacho, aunque por la cara que pusieron creían que era yo y me hicieron sacar hasta el carnet, y me dejaron un papel en el que se le reclamaba en un juzgado por hechos acaecidos tiempo antes. Tampoco decía mucho, y cuando él lo vio agarró el teléfono y estuvo una hora de conferencia. No llames desde aquí, le dije, te van a grabar todo, y a continuación cogí la puerta y me fui; prefería no enterarme de más.

Para empezar, le tuvieron tres días en comisaría, de donde le sacó el tío Aldy, como de costumbre.

―Ese es un mierda, y en cuanto acabe todo esto me lo cargo.

 

ENTREGA 57

    LA TIERRA GIRA Y GIRA   Muchas cosas han sucedido desde la última vez que nos vimos. Han transcurrido casi dos años y en dos año...