lunes, 5 de mayo de 2025

ENTREGA 7

 

Al Cacho, al revés que a Claudia, nunca le gustó estudiar. A medida que fue creciendo aquello se le quedó pequeño y se dedicó al street-basket, que se juega en la calle y tres contra tres, no cinco contra cinco. Él jugaba con cualquiera que se lo propusiera, pero tenía dos amigos, o conocidos, también muy buenos y muy altos, con los que hizo un equipo que ganaba a todo el barrio, ganaban hasta a los americanos que había en el colegio y estaban allí becados para que echaran una mano en los entrenamientos, porque en el colegio al que con el tiempo fuimos había un equipo que jugaba en primera división, e incluso algunos años en los torneos europeos. El Cacho, por desgracia, tenía mal perder ―menos mal que ganaba casi siempre―, y los que jugaban con él debían de ser por un estilo, porque una tarde, después de uno de los raros encuentros que perdieron, se enfadaron tanto que se liaron unos y otos a golpes y el partido acabó como el rosario de la aurora. El Cacho Madera, que era una bestia, de los golpes y patadas que dio le rompió la cabeza a uno de ellos y lo dejó en coma cerca de un mes. Acabaron todos en comisaría, y el Cacho, aunque también cobró y le partieron la mandíbula, se la cargó con todas las de la ley. Hubo juicios y más juicios y el jefe le puso firme en un par de ocasiones; yo le vi incluso llorar. Durante una temporada, una temporada muy larga, le dijeron de todo, incluido el tío Aldy, al que aparentemente no perturbaba nada y era su padrino, ¡por qué no te habrá dado por jugar al tenis…!, porque al Cacho también le gustaba el tenis, y jugaba bien. Lo único que sucede es que los que juegan al tenis suelen ser muy finos, y de los amigos del Cacho no se podría decir que lo fueran ni que les entusiasmara este deporte, sino que lo que más les gustaba eran los polvos blancos envueltos en papel. Aquello lo vi con frecuencia cuando era pequeño, aunque entonces no entendiera casi nada.

Aparte de los tíos, los que eran hermanos del jefe, teníamos otro, otro tío, el tío Rodrigo, que era de la otra rama de la familia. Era hermano de la jefa y no se parecía en nada a ella, en nada. Con tantas mezclas resultó que debía de haber salido a algún antepasado de la parte de Transilvania, que si no, no se explica. Era alto, delgado, moreno, no se reía nunca y tenía cara de drácula. Además, iba vestido de cura; vamos, de cura raro, porque era como de una secta. Con el tiempo llegó a general, aunque por aquel entonces debía de ser sólo teniente coronel. Alguna vez venía a casa, aunque no mucho, y alguna vez estuvo en casa de la abuela, y a la abuela no le gustó nada. Al Cacho Madera le cogía por los hombros y le tocaba la cabeza, le tocaba el pelo. A él le debía de parecer muy moderno, pero al Cacho, cuando tenía doce años, se lo llevaban los demonios. De mí pasaba, seguramente porque le parecería muy pequeño.


ENTREGA 51

    LA NEGRA A LOS ONCE AÑOS   A los once años tenía una pandilla de pibas, todas del colegio y de mi misma clase, con las que salía...