lunes, 28 de julio de 2025

ENTREGA 31

 

Fue la maestra quien, una tarde de luna creciente, de improviso nos dijo, ¡mirad…!, ¡la luna!, ¡la afamada Luna de Capri…!, y luego, como si desgranara una antigua lección, misteriosamente continuó, antigua música de la que desconozco su procedencia…, sí, antiguas músicas que no sé lo que significan y han llegado hasta nosotros desde un lugar lejano. Un ser desconocido nos las sopla en nuestros oídos de odontoceto, pero las altas esferas, ¿la música celestial…?, los que la distribuyen, y son muchos, seguro que sí lo saben.

Hubo un silencio sobre las aguas marinas, y ella, mirando intensamente al cielo, susurró,

―Luna de Capri… ¿Quién eres y por qué apareces de pronto para asustarnos…?

Todos contemplábamos con alarma a nuestra instructora, una hembra joven y guapa de la que la mitad de nosotros estábamos enamorados, aunque luego chapoteó en el agua pareciendo recomponer su actitud y, tras contemplarnos durante unos instantes en silencio, añadió,

―Y bien… ¿Queréis que os hable ahora de la salinidad de las aguas marinas?

… y es que en la escuela a la que asistí se tocaban asuntos de toda índole, incluso fenómenos que, por lo que yo sé, resultan incomprensibles para la mayor parte de los seres humanos.

(Es posible que ustedes hayan oído hablar de algunos de ellos; de las luces azules, por ejemplo. Estas luces, como podría parecer por su nombre, no son nada del otro mundo, al menos para quien les habla, pero déjenme que les dé ese nombre porque resulta sonoro y pocos saben lo que significa. Para nosotros, los cetáceos, algunos cetáceos, es lo que está debajo, una cuestión del otro lado, del más allá, que viene de un lugar lejano y tiene que ver con lo intangible, el espíritu que a todas las cosas anima… En suma, algo a lo que las personas no sabrían cómo poner nombre, por más que ellos piensen que lo saben todo.)

Sin embargo, dejando aparte estas extrañas e intrincadas cuestiones en las que es más que posible que ustedes no estén interesados ―y que, no obstante, expondremos con mayor detalle en páginas posteriores―, les contaré que para un ser glotón, un ser glotón y enorme como este que les habla, lo más interesante consiste en buscar a los architeuthis, esa clase de monstruos fosforescentes que constituyen la mayor delicia para nuestra especie. Como ellos, los architeuthis ―seres muy listos y capaces de hacerse luminosas señales con la tripa y el conjunto de su abdomen―, viven a grandes profundidades, y nosotros, para encontrarlos, debemos sumergirnos hasta el límite de nuestra resistencia, existe un largo período de adaptación en el que se va poniendo a punto el enorme órgano que todos tenemos en la cabeza, el melón ―según lo conocen las personas―, que nos permite descender hasta más de tres mil metros, por decirlo otra vez en unidades humanas. Este órgano es una de las múltiples maravillas de la evolución de la materia. Sin él seríamos incapaces de hacer prácticamente nada, aunque por desgracia para muchos de mis congéneres de siglos atrás fuera el principal atractivo en las cacerías de los humanos, pues parece ser que el líquido del que está lleno resulta muy eficaz para engrasar sus bárbaras y ruidosas herramientas metálicas, ¡desgracia que nos trajo la civilización de las máquinas…! Sin embargo, por decirlo ya todo, hoy en día estas prácticas están casi extinguidas; ahora intentan cazarnos sólo por placer, y casi nunca lo consiguen.

También, con el tiempo, aprendes el lenguaje propio de nuestra especie, que se desarrolla en torno a unos veintitantos hertzios, gravísima frecuencia, aunque asimismo podamos emitir ciertos agudos, eso que algunos autores ―humanos, por supuesto― han llamado conversaciones de puerta chirriante. ¿Nunca oyeron hablar del fenómeno de batido de ondas puras? Como los seres humanos, y muchas otras especies, están dotados de cuerdas vocales para emitir sonidos, y estas no emiten ondas puras (de una sola frecuencia) sino compuestas, las personas (la mayoría al menos, si exceptuamos a los físicos y a los músicos) ignoran por completo lo que es eso. ¡Seres humanos de vuestro tercer milenio, no sabéis lo que os perdéis!, pero, en fin, no ibais a tenerlo todo. Vosotros ya tenéis la televisión, y puesto que os conformáis con ella…

El fenómeno de batido ―al que también podríamos llamar de interferencia de ondas, ondas sonoras en nuestro caso― consiste en interferir sonidos puros, y esto puede hacerse con una hembra, por ejemplo, para mayor emoción, aunque en realidad puede hacerse con cualquiera, e incluso en grupo. Tú gritas y los demás te responden, y cuando las respuestas interfieren con tu grito se advierte un ruido, un silbido en ocasiones, un retumbar en otras, que nadie ha producido. ¡Son las ondas sonoras chocando entre ellas y rebotando en mil y una figuras, bucles, rizos y caracolillos!, porque todo sirve para deleitar los sentidos… También las cuerdas y los cristales vibran de forma parecida. Los humanos se complacen en romper delicados objetos de cristal con instrumentos apropiados ―flautas y violines suelen ser―, pero eso es mucho más aparatoso. Nosotros no precisamos de ninguna herramienta ni rompemos nada; tan sólo reímos, hablamos, gritamos, escuchamos…

Luego, más adelante, cuando transcurre el tiempo y consigues dominar tan complejas cuestiones, puedes sumergirte en la última de las labores que deberás abordar, la transmisión de conceptos e ideas a distancia, a lo que los humanos denominan telepatía

(¿Lo ven…? Ya está aquí, ha vuelto, y ha vuelto solo y sin que nadie lo reclame. Lo incorpóreo e imponderable, las luces azules, emisiones de conciencias capaces de advertirlas… ¿No lo entienden…? Eso sólo puede deberse a que ustedes nunca lo han percibido.)

Nosotros no sabemos lo que son los colores porque nuestras retinas no tienen células capaces de distinguirlos, pero tal limitación la suplimos con creces con esto de que hablo. No podemos ver colores con los ojos de la cara, es cierto, pero podemos verlos con los ojos de la mente, ¡y qué colores…! Nunca podrá nadie hacerse una idea de ello, y tanto es así que me resisto a llamarlos colores.

¡Qué complicado es todo!, ¿verdad? Los continuos descubrimientos de los seres que están creciendo… Cuando nací, mientras fui pequeño, nunca hubiera imaginado la existencia de tales manifestaciones. Entonces, sumergido de continuo en las aguas marinas, estaba convencido de que vivía en el paraíso y aquello iba a durar eternamente ―porque los seres lógicos somos muy aficionados, en toda ocasión y momento, a creer que ya lo sabemos todo―, pero lo que he descubierto después, los hermosos resplandores de la imaginación, lo sobrepasa con creces…, aunque con todo cuanto afirmo no quiero significar que la totalidad de los cachalotes estén dotados para tales artes, las facultades en que te ahonda la telepatía, no, ni mucho menos, pero sí que la incidencia del fenómeno es alta, mucho más alta que entre los seres humanos. Esa es otra de nuestras ventajas y lo voy a repetir: seres humanos, ¡no ibais a tenerlo vosotros todo…!

Y ahora que lo pienso y saliéndome del tema que nos ocupa, ustedes me dirán, ¿cómo es posible que los individuos de esa especie a los que llamamos cachalotes utilicen las medidas humanas, toda esa insólita jerga de hertzios, metros, kilómetros y demás? ¿Y cómo es posible, además, que un ser que no ve colores nos hable de luces azules?

La verdad es que no las usamos, por lo menos entre nosotros, pero las conocemos. Aunque más de un escéptico no se lo crea, diré que nosotros sabemos muchas cosas que no se imaginaría ninguno de esos grises habitantes de la dura y pedregosa Tierra, ¡colores de la corteza cerebral…!, y no me hagan hablar de nuevo de lo que no quiero. Sin embargo, aún añadiré algo relativo a las mascotas, el animal que otro animal tiene a veces de compañero inseparable, ambiguo concepto y afín a lo que digo de una manera sutil, y es que, aunque muchos de ustedes piensen que todo esto no son sino fantasías de una imaginación trastornada ―y no se lo reprocho―, contaré que de la misma forma que los humanos tienen perros y gatos a su lado, y pájaros de colores brillantes, algunos de nosotros tenemos personas que nos hacen compañía. Ellos están lejos, muy lejos, eso sí, pero cumplen la misma función, y no hay distancias para las azules luces de la mente.

ENTREGA 51

    LA NEGRA A LOS ONCE AÑOS   A los once años tenía una pandilla de pibas, todas del colegio y de mi misma clase, con las que salía...