De aquella manera fue como empecé, o sea, empezamos, porque Cati y Liria también estuvieron en el grupo, lo de la catequesis, que es el arte de instruir en los misterios, y hay muchos, de las religiones cristianas. Esto se hacía por la tarde, y pese a que a mí los primeros días no me importó, porque ya digo que las ropas, las imágenes y todos esos objetos materiales a que tan aficionados son las personas que profesan tales religiones, me gustaban mucho y me sugerían imágenes de mundos que yo nunca podría alcanzar, luego, al cabo de un mes, cuando ya me había acostumbrado y empezó a hacer buenísimo, comencé a notar una pereza terrible porque de lo que hablo tenía lugar después de las clases, cuando se acababan y todas las niñas y niños se iban a casa o a correr por las calles, y nosotros tres, y otras varias, y algún chamo también, debíamos quedarnos allí dos horas más. Menos mal que luego nos íbamos a casa juntos.
El cura, el curiepe, al que algunas pibas llamaban el bendito, que era quien nos instruía, era muy aficionado a acariciarnos, y a mí me pasaba la mano por la cabeza. Una vez intentó tocarme la cara, pero yo me eché hacia atrás a tiempo y ya no volvió a intentarlo; a Liria se la pasaba por la espalda y ella decía que le daban escalofríos. Yo, como todos los niños, tenía gran necesidad de contacto físico, ya he dicho que de pequeños dormíamos todos, mis hermanitos y yo, en un montón, pero una cosa es esa y otra que el curiepe te ande pasando la mano por el lomo, o por la cabeza, que no sé qué es peor. Bueno, es peor lo del lomo, y de todo lo que nos enseñaron fue lo que menos me costó aprender.
Al cabo de una temporada hicimos la primera comunión, aquella solemnidad espiritual, y la hicimos en la capilla con gran lujo y boato. Había muchas flores y muchas velas encendidas, aunque nosotras fuimos vestidas de lo que íbamos todos los días, de uniforme, y no de las formas que he visto luego, de mayor, sobre todo en Europa. Al acabar nos dieron de merendar chocolate, eso sí que estuvo bien, aunque primero estuvimos muchísimo rato en la iglesia porque el cura se confundió de ceremonial. A mí todo aquello que decía el bendito no me sonaba, pero como utilizaba un extraño idioma, en el que a veces se ponía a cantar, y los ensayos habían sido muy cortos…
(Eso decían las otras. Una me dijo, a mí me estuvieron explicando todo esto durante un año y medio y al final me aprendí el libro del catecismo de memoria, hasta que no me lo aprendí no me quisieron dar el consentimiento. En el examen sólo fallé una pregunta, y debido a ello estuve a punto de quedar para el año siguiente. Mi abuelo decía que daba igual, chola, no hagas caso de los curas, que sólo quieren enredar.)
… pues tampoco me extrañó porque no sabía lo que iba a suceder. Aquello continuó así durante un buen rato, con toda clase de signos, hasta que de repente se calló, nos miró muy extrañado y como si no nos hubiera visto nunca, y luego al libro en que leía, lo miró por ambos lados, por la página y por la cubierta, soltó una risita ahogada y, más que decir, exclamó,
―¡Pero, mis niñas…, si os estoy ordenando sacerdotes!
Las monjas cuchicheaban y se reían disimuladamente, y hubo muchos murmullos y revuelo. Luego el curiepe se fue por la puerta por la que solía salir y al cabo de un rato volvió, entonó unas nuevas preces en el mismo idioma, nos impuso las manos y nos dio de comulgar, nos dio las formas para que nos las comiéramos tal y como nos habían enseñado a hacerlo en la catequesis. Yo lo hice bien, aunque lo habíamos ensayado pocas veces, pero así y todo me salió bastante bien, y a Liria por un estilo ―a las otras dos yo creo que también―, y luego se acabó, llegó lo del chocolate y no hubo más contratiempos, pero a nosotras cuatro, aquella tarde, casi nos ordenaron sacerdotes, faltó sólo un poco para que tal negocio sucediera y no sé qué hubiera sido de nosotras si al final se hubiera llevado a cabo, aunque supongo que de alguna forma nos habrían borrado el carácter que en tales ceremonias se imprime, porque en estas instituciones suelen tener recursos para casi todo.
En aquel colegio, el colegio de las monjas, me olvidé del dios de la lluvia, del Sol y la Luna, que también son dioses, y del dios del mar, aunque ese no es Neptuno, no, ni Poseidón. Mientras fui pequeña el dios del mar no fue dios, fue diosa; fue una ballena yubarta que vi en una playa de mi isla. Yo debía de tener seis años cuando tal acontecimiento tuvo lugar, algo después de mi primer contacto con el océano, aquella vez en que Jonás me llevó a verlo para que supiera que existía. (¡Si Jonás hubiera sabido lo que me sucedió luego…! A lo mejor lo supo, pero no creo porque me hubiera llamado, se hubiera puesto en contacto conmigo y no lo hizo, nunca lo ha hecho, y eso que los personajes públicos somos fáciles de encontrar…) Bueno, la ballena de la playa estaba moribunda, había encallado y mucha gente del pueblo fue a verla morir, y luego, al cabo de unos días, cuando ya no respiraba y empezaba a oler mal, la cortaron en trozos y se la fueron llevando. Les costó mucho porque era una ballena muy grande, pero lo consiguieron. Al final sólo quedaba el esqueleto, aunque este también se lo llevó alguien. Se lo llevaron ellos, los del pueblo, o las olas del mar, no sé, pero el caso fue que desapareció y al año siguiente ya no había nada, parecía que aquella yubarta no había estado nunca allí, aunque yo sé que estuvo. Ella fue la diosa del mar, más bien la del océano, la de todos los océanos, ella y sus hermanas lo fueron y lo siguen siendo. Lo del colegio, en realidad, sólo me duró hasta que dejamos de ir. Luego ya me di cuenta de que todo eso de la caridad y el amor son expresiones que se utilizan porque hay gente que gana dinero diciéndolas. No hay más amor que el propio, todo lo demás son monsergas.