jueves, 9 de octubre de 2025

ENTREGA 52

 

 

Cuando llegué a casa no había nadie, y primero fui al baño entre nubes de color grisáceo y vomité sin querer, sin proponérmelo, todo me salió allí. No era mucho, era la arepa, que a saber con qué había sido bautizada y salió casi entera, y algo de líquido, seguramente la poca cerveza que había tragado. Luego me dirigí a mi cama con aquellas nubes entre grises y rosáceas bailando ante mi vista. ¿También estarían detrás…? Me di la vuelta repentinamente y las pillé. ¡Allí estaban aquellas mismas nubes rosáceas y grises riéndose de mí por la espalda…!, y luego debí de caerme al suelo en el pasillo, porque lo siguiente que recuerdo es a Liria y a Cati de uniforme tirando de mí por los hombros.

Yo les decía,

―¿Qué hacéis? Dejadme… ¡Se está tan bien aquí! ―pero ellos me llevaron hasta la cama en donde Liria se puso muy pesada tomándome el pulso, y yo empecé a reírme y a quitar la mano porque me hacía cosquillas.

Lo que sucedió fue que Liria se comportó muy discretamente. No dijo nada ―y yo creo que acertó, que pensó que había bebido algo―, y Cati tampoco, y yo menos, claro. Yo, de aquello, en casa no dije una palabra, porque de sobra sabía que si mi padre, nuestro padre, Coriandro, o Jonás, se enteraban, lo primero que iban a hacer era llegarse a la pulpería y preguntar, y Dios sabrá lo que en tal caso hubiera podido suceder, porque en este planeta casi nunca ocurren cosas buenas.

A mí me pegó el telele a los once años, eso sí que era un acontecimiento para todas nosotras, y el telele cualquiera se imagina lo que es. A mí me pegó a los once años, pero tuve suerte porque tenía una hermana mayor que se llamaba Liria y me explicó todo. En fin, todo tampoco se puede explicar, en esto no hay reglas, a unas les toca de capitanas y a otras sólo de sargentas, pero cuando me llegó la hora yo ya sospechaba lo que iba a suceder porque llevaba unos días con el estómago revuelto y aquello no me había sucedido nunca. Además, me pesaban las piernas y tenía la cabeza a pájaros. Los pájaros eran tucanes y guacamayos de colores como los que mucho más adelante Eduguá había de contarme que tenía su abuela en casa. Los pájaros revoloteaban, subían y bajaban y todo el día los tenía ante los ojos. Cuando ves tucanes azules quiere decir que el negocio va a ir mal, que te vas a pasar quince días embobada y sin poder ni silbar, pero cuando los ves colorados, o verdes o amarillos, lo que sucede es que no va a ser tan grave; el azul es el peor color para estos casos, y si son multicolores es que ni te va a doler. Yo los vi al principio colorados, pero luego se tornaron en unos pájaros gigantescos y policromados que parecían cóndores más que tucanes… Yo sólo sé que aquello me vino de repente y una mañana tenía un montón de sangre entre las piernas, ¡Dios mío, qué es esto!, porque como siempre he dormido desnuda puse todo perdido, pero Liria me dijo que no me preocupara.

―La sangre es lo de menos. Si no te duele, mejor; eso es que estás de suerte. Ahora, lo que sucede es que vas a tener que empezar a ir con cuidado. ¿Tú has hecho el amor alguna vez?

―¿El amor…?

Yo sabía de sobra lo que me estaba diciendo porque en la televisión casi no hablaban de ningún otro asunto, pero una cosa es haberlo oído y otra muy distinta haberlo experimentado, haberlo hecho. Mis amigas decían que sí, que alguna ya lo había probado.

―Yo, a los diez años, me tiré al ciego de la esquina. Mejor, como era ciego no se enteraba de lo que estaba sucediendo ni de quién era yo. Por el olfato no creo que lo notara porque yo siempre le había rehuido, nunca pasaba a su lado. Un día, cuando tenía diez años y me había enfadado con mi padre porque no me dejaba salir de casa, me escapé por la ventana, me quité las bragas, iba sólo con la falda, agarré al ciego por una mano y lo arrastré hasta el corral, allí no nos veía nadie, y él menos. Como era ciego le costó entender, pero en cuanto notó un par de tirones en la bragueta me cogió por la tripa con manos de hierro, me puso de espaldas y contra la pared, me mordió en la nuca y me la metió por donde pudo. Menos mal que acertó, que si me la llega a clavar por detrás me desgracia. La tenía como un hierro al rojo, o por lo menos me picó muchísimo, y no te digo nada del semen, debía de ser como salfumán. Cuando noté todo aquello intenté salir corriendo, pero no hubo forma. Me tenía tan cogida por las tetas que no me pude escapar, y menos a los diez años. Él se puso a vociferar, pero yo no podía abrir la boca porque no quería que supiera quién era, y no aflojó lo más mínimo. Cuando se corrió casi me desmayo, me quedé totalmente bloqueada, pero no me soltó, ni me soltó ni se le bajó, sólo se le bajó un poco y yo creí que ya iba a poder irme, pero ¡que te crees tú eso! Acto seguido le volvió la locura, se le volvió a poner dura y me tuvo allí otros diez minutos p'alante y p'atrás, y aquella vez sí que vociferó y pataleó. Yo creía que los tíos sólo se podían correr una vez, pero ya ves; a lo mejor es que era un superdotado. Al ciego todo aquello le debió de parecer un milagro. Luego me dio tanto asco que me estuve lavando un mes con jabón del fregadero y agua de Getsemaní, y menos mal que no sucedió nada.

Todo esto lo decía Rosa, que era mulata y las cosas le venían muy adelantadas. Rosa no se llamaba Rosa, se llamaba Generosa, pero eso es lo de menos.

ENTREGA 52

    Cuando llegué a casa no había nadie, y primero fui al baño entre nubes de color grisáceo y vomité sin querer, sin proponérmelo, todo...