jueves, 30 de octubre de 2025

ENTREGA 56

 

Así se manifestaba el Cacho, como los de las películas, y lo decía enfadadísimo y a gritos delante del abogado y del tío Aldy. El abogado no sabía qué cara poner, pero el tío Aldy no le hizo ningún caso, hizo como que no le había oído, porque él no era así, ni mucho menos. Un poco bruto sí era, es verdad, pero cuando comenzó a decir aquellas cosas le empecé a ver lejos, ajeno. Siempre nos habíamos llevado bien, pero la química es la química y la física la física, eso lo sabe todo el mundo, pero como los hermanos mayores raramente consideran que los pequeños saben algo que ellos no, tampoco iba a servir de nada echarle un discurso.

Luego le soltaron, pagó no sé qué fianza y le soltaron. Estuvo tres días en comisaría, pero como no tenía antecedentes, porque lo de cuando era pequeño no contaba, le soltaron y ni pasó por el maco. Volvió a casa una tarde echando pestes, cuando yo estaba en plena mudanza, y me contó que el que se la había cargado era el capo. Este sí debía de ser conocido, y lo del pichinglis no a todo el mundo le hace la misma gracia. El Cacho le buscó un abogado, no el suyo sino otro que había sido cocinero antes que fraile, o sea, bandido antes que picapleitos, que también existen.

―¿Y contrabandistas que hayan sido jefes de policía?

―Claro, por supuesto; de esos, todos, en especial en las zonas próximas a las fronteras. Y políticos de izquierdas que antes han sido de derechas, y al revés. Ya lo dice el refrán: de sabios es rectificar.

Yo andaba casi siempre con Javi porque Louis se había ido a otra ciudad a estudiar la primera de las dos carreras que hizo. Javi era el que decía: si quieres ligar, lleva perro. Eso era verdad entonces y lo sigue siendo ahora, yo creo que ha sido verdad siempre, y él, por lo tanto, solía tener perro. Por entonces tenía uno lleno de rizos que, no sé en qué, me recordaba a Romo; debía de ser en lo obediente. Las chavalas le decían todo lo que se les ocurría y le acariciaban la cabeza.

Javi, además, estudiaba arquitectura, estaba en primero por tercer año consecutivo. Él no era tonto, pero estudiaba poco, sólo al final, cuando llegaban los exámenes, de resultas de lo cual se le ponía una cara fatal durante un mes, el último, aunque se le pasaba en seguida, en cuanto llegaba el verano y se montaba en la canoa. Lo de Javi era la canoa, estaba claro.

Yo también intenté estudiar. Claudia, el tío Juan, todos me lo dijeron.

―Hombre, ahora tienes dinero, pero eso no dura siempre. ¿Por qué no estudias algo? Seguramente se te daría bien, y mejor que estar mano sobre mano y bostezando todo el día de sofá en sofá…

Lo de que se me daría bien no sé a qué venía, pero lo dijeron, y yo lo estuve pensando una temporada y descubrí que había cosas que me apetecía hacer, como ir al Conservatorio, por ejemplo. Lo de la música siempre me había atraído y lo llevaba en la sangre. El instrumento que más me gustaba era la viola de gamba; yo, lo que siempre había querido tocar, era la viola de gamba…

Al final, acuciado por la conciencia y las fechas, me decidí y me apunté a las clases de música, pero como no sabía nada me pusieron con los niños. Con ellos los pasé bien durante una temporada, solfeábamos, dábamos golpes con tambores, gritábamos, nos reíamos…, porque estar rodeado por chavales es como volver a serlo, pero si en realidad no lo eres todo es muy cansado, y el resultado fue que al año siguiente no volví, aunque con esto no quiero decir que dejara la música abandonada para siempre; más adelante iba a darme aún mucho juego.

Aparte de ir a las clases de solfeo, estuve el año entero leyendo hasta las tantas, levantándome al mediodía, pues las clases eran por la tarde, y planeando happenings ―cuya única finalidad era ligar― que se representaban en el estudio de Javi los viernes por la tarde, porque él, aunque sólo estaba en el primer año de la carrera, tenía un estudio en un piso que le había dejado su padre para que se fuera habituando.

Javi, a aquellas reuniones, traía a unas primas que tenía. Eran dos hermanas, y a mí la que me más me gustaba era la mayor, una chica rubia y de ojos azules. La pequeña se llamaba Carina, debía de tener dieciséis o diecisiete años y era guapísima, pero yo la encontraba muy pequeña y la trataba como pensaba que se suele tratar a las hermanas pequeñas. Con ellas venía una amiga de la mayor que se llamaba Carla, una rubia de ojos verdes que era también un monumento; la verdad es que durante aquellos tiempos tuvimos cerca chavalas de las que hay pocas.

¿Y qué hacíamos? Pues como es sabido, lo que nos dejaban, porque aunque supongo que ustedes se han dado cuenta de ello, lo anotaré para que no queden dudas sobre el particular: en la vida que nos ha tocado en suerte son las mujeres las que disponen, y el que no piense de esta manera no ha reparado en lo que sucede a su alrededor.

En buena lógica, Javi tendría que haberse enrollado con Carla y yo con su prima, pero sucedió lo contrario: yo me enrollé con Carla y Javi con su prima.

Bueno, aquello de enrollarse en un sitio tan reducido y con tan pocos muebles como el estudio de Javi ―sólo había un sofá, un tablero, algunas sillas y una estantería―, consistía en llevar unas cuantas botellas de vino que Louis, cuando aparecía, le cogía a su padre, vino del bueno. Apagar las luces, encender velas y palillos de incienso, que daban a la habitación un aspecto tétrico, y llegado el momento, decir tonterías y morrear con las chicas si te dejaba alguna, cada uno en un rincón y todo el mundo haciéndose el loco. Los que quedábamos sobrantes organizábamos una tertulia, discutíamos sobre asuntos trascendentales, fumábamos lo que hubiera y mirábamos por la ventana. En la acera de enfrente había una peletería de gran lujo, y en ella, una noche, vimos una escena muy curiosa protagonizada por un coche de la policía, pero esto sucedió algún tiempo después.

Durante aquellos años fue cuando se produjo la definitiva invasión cibernética, que enloqueció a las personas y al mundo en general. Siempre lo había estado (el mundo, loco), según se desprendía de las historias antiguas, pero durante los años que digo se recrudeció la tontera generalizada, un signo de lo cual fue que, al menos al principio, las personas caminaban por calles y paseos hablando solas a voces… Luego, como sucede siempre, la histeria generalizada decayó y las cosas volvieron a su ser…, pero prefiero no acordarme de tales tiempos.

Asimismo, aparte de estas historias de juventud, historias de amor exterior, hacíamos excursiones a montes cercanos y otros no tanto, porque a nosotros siempre nos gustó lo de andar corriendo por el monte, a Louis y a mí los que más. Javi prefería lo de la canoa, lo de la mar, pero cuando había chavalas se apuntaba a lo que fuera. Subíamos hasta alguna cumbre por la mañana y después bajábamos a comer a donde nos lo dieran, lugares a los que solíamos llegar a las cinco o seis de la tarde. En invierno era de noche, pero nos calentaban las sobras y nosotros dábamos buena cuenta de ellas.

Un poco antes de esto que cuento, no mucho antes tampoco, pensaba que las chavalas que me gustaban no comían nunca lentejas ni alubias ni nada de eso. No sabía qué comían, debía de ser marisco o ensaladas de fantasía, y todo ello regado por líquidos espumosos, pero no parecía que fueran legumbres. Sin embargo, con Carina y su hermana, la rubia de los ojos azules, acabé por darme cuenta de lo contrario, en especial con Carina. Nosotros éramos muy prudentes…

―A mí dos arroces a la cubana.

―Y a mí otros dos.

… pero las chavalas,

―Para mí un cocido, si queda, y una botella de vino.

―A mí también, pero antes póngame unas cabezas de cordero.

El tabernero, que estaba tomando nota, levantaba la vista por encima de las lentes y Carina insistía.

―Y sobre todo, no le quite los ojos.

Carina, que para la mayor parte de las cosas era un modelo de delicadeza, se comía las cabezas de cordero con cucharilla, con los ojos extraviados y mirándonos a los demás, entre cucharada y cucharada, muy divertida.

―¿En serio que no os gusta esto…? Bueno, peor pa vosotros.

ENTREGA 56

  Así se manifestaba el Cacho, como los de las películas, y lo decía enfadadísimo y a gritos delante del abogado y del tío Aldy. El abogad...