Nosotros no teníamos teléfono en casa, mis hermanos, quiero decir, y en Maracaibo, pero hacía casi dos años que yo me había ido de allí, y a lo mejor… Llamé a una central telefónica de ese país y pregunté por todos los López que había en Maracaibo, lo que no se debe hacer nunca. La chica con la que hablé era muy simpática y me contó que estaban en estado de sitio y que en Maracaibo había muchísimos López, ¿no sabes ninguna calle?, y yo le dije la calle, del número no estaba segura y le dije varios, así que me dio un montón de números a los que estuve llamando toda la mañana sin conseguir nada. De las personas con las que hablé nadie conocía a una chica negra que se llamaba Liria y tenía dos hermanos. Alguien me dijo, sí, espere un momento que voy a preguntar a la vecina, me tuvo allí diez minutos y luego me contó una historia acerca de una señora mayor que yo no sé quién era, y es que decir López tampoco es decir mucho. Mi genial idea, como otras que tuve más adelante, no funcionó.
En aquel plan estuvimos los primeros meses, con frecuentes y sordos altercados, aunque también se dieron ciertos períodos de calma. Algunas veces me llevó a exhibirme ante sus amistades, porque estaba muy orgulloso de su conquista y quería que me viera todo el mundo, pero no decía mi edad, no sé si es que no la sabía o que no se atrevía. Bueno, debía de ser que no la sabía porque yo no recuerdo habérsela dicho, y él tampoco tenía mucha imaginación ni miraba nunca a las rodillas, no se fijaba en esos detalles. A su familia ni me la presentó. Yo alguna vez se lo dije, oye, ¿no te acuerdas de que me ibas a llevar a la casa de tus padres? En la casa de sus padres había piscina, eso decía, y yo sólo las había visto en las películas, en las series americanas de televisión. Yo nunca había visto una piscina en directo, únicamente las de los hoteles de mi país de adopción, pero siempre estaban llenas de gente y no era lo mismo. Lo que yo quería ver era una particular, y bañarme sola, si podía ser, de forma que se lo recordé en un par de ocasiones, pero se excusó con razones de esas que todos sabemos que no significan nada y, la verdad, teniendo en cuenta lo que sucedió luego, al final se me olvidó.
Cuando ya llevaba allí varios meses, yendo casi todos los días a la playa y preguntándome qué iba a ocurrir a continuación, la situación comenzó a degenerar. Primero empezó a salir solo por la noche, a mí no me llevaba, y eso que las discotecas de aquella ciudad me gustaban mucho. Eran buenísimas, con muchísimas luces y unos altavoces que te destrozaban los tímpanos. Yo, en cuanto podía, me pasaba las horas de la noche bailando mientras él hablaba en la barra con la gente; hablaba, bebía, y entre copa y copa se metía todo lo que tuviera a su alcance. Yo algo también, claro, porque era muy joven y los materiales que barajaban en aquel país eran muchísimo mejores que el aguarrás de las discotecas de Maracaibo, pero yo no abusaba en absoluto sino que lo único que hacía era bailar y luego me iba a la cama tan fresca; él sí, y de algunos conocidos suyos no digo nada porque no se debe hablar mal de los ausentes. Bueno, sí, algo sí podría decir. Había uno que me miraba, no mucho pero siempre estaba con bromas, y también le gustaba bailar y hablar español. Era un chico muy simpático, y hasta guapo; lástima que no lo vi muchas veces, aunque para mí era un poco pequeño porque sólo me llegaba por el hombro.
Luego, después de unas semanas de desaires, se le empezaron a ocurrir ideas. ¿Hacemos lo que hacía con mi novia la de Indianápolis? Lo que hacía con su novia la de Indianápolis era la comedia de que no se conocían, se citaban en lo oscuro, en la calle, en el parque, y él hacía como que ligaba con ella, ella también, se hacían los encontradizos, y la primera vez fue hasta divertido. Nos disfrazamos y lo pasamos muy bien, pero luego los acontecimientos se fueron torciendo, y se torcieron tanto que la tercera vez me partió un labio, el de arriba, y me lo partió de un guantazo que no vi venir y no pude parar. Él era sumamente bestia, y cuando andaba con juegos convenía estar prevenida.
Después de aquello, lo primero que se me ocurrió fue largarme, desaparecer, pero no me atreví porque no sabía adónde ir. Podría haberme ido al oeste haciendo auto stop, go west!, que decían los antiguos, pues por lo que pude oír California debía de ser algo parecido a la tierra prometida, pero no me atreví; a los catorce años no se tienen muchos recursos y yo era especialmente torpe. Si hubiera pasado hambre es casi seguro que algo habría hecho, claro, porque ya se dice que con el estómago no se puede discutir, pero como después de todo ―y si salvamos algunas de las aventuras que he narrado― no vivía mal, no hice nada; sólo que me puse a sisar dinero y a guardarlo, guardaba todo lo que podía y llegué a tener suficiente para coger el avión de vuelta a casa… Sin embargo, tampoco lo hice. Lo fui posponiendo, y no es que el lugar me atrajera ni me faltaran ganas de volver a ver a mi familia, pero a veces cuesta arrancar de determinadas situaciones y yo era especialmente acomodaticia, de forma que dejé que transcurriera el tiempo y los sucesos propios de la vida me arrastraran con su eterno girar…